Diario de Burgos

"Llevé bien ser político consorte pero nos quitó mucha vida"

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Clemente Martínez, 'Tito' es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Clemente Rodríguez, ingeniero técnico agrícola ya jubilado. - Foto: Alberto Rodrigo

* Este reportaje se publicó en diciembre de 2019 en la edición impresa de Diario de Burgos

Se hace extremadamente difícil trasladar al papel el tono del discurso del ingeniero técnico agrícola Clemente Martínez, mejor conocido como Tito. Hijo de otro Clemente que era catalán de nacimiento, militar, requeté y miembro de la División Azul, y de Carmela Izquierdo, "natural de Villahoz, hija del maestro don Pablo Izquierdo y burgalesa de toda la vida", es, además, nieto del murciano don Cirilo Martínez y Martínez del Campo, funcionario de Correos, miembro del Partido Republicano Radical, "de los de Lerroux", que llegó a ser administrador general de la Caja Postal con despacho en el edifico de Cibeles "cuando al periodista César Jalón le hicieron ministro del ramo", y a quien, por suerte, en vez de ser depurado tras el final de la Guerra Civil, le jubilaron "y se retiró a una finca de Villahoz, El Plantío, que heredó de una tía suya, doña Trinidad, que era boticaria, terrateniente y un poco cacicorra". Es tal la ironía, la sorna y la divertida inteligencia que desprende no solo la presentación de la estirpe familiar que realiza sino todo su discurso, hable de lo que hable, que se torna complejo hacerse eco por escrito. Vamos allá: A Tito hay que escucharle porque su prosa y su guasa se disfrutan más en directo, pero quien no tenga esa suerte puede imaginarse tranquilamente a un Berlanga o un Rafael Azcona (a ese nivel, ni un escalón menos): en resumidas cuentas, a alguien a quien no se le mueve un pelo del espeso bigote mientras disecciona con finísima retranca todo lo que pasa (o le pasa) por delante. Y que no se casa con nadie salvo con Chus Klett, exconcejala de la Mujer del Ayuntamiento de Burgos y su compañera y esposa desde hace más de cuatro décadas.

Cuenta que sus padres -cuya boda mereció en este periódico una crónica social de tronío, con rimbombancia de apellidos y que ocupó nada menos que media columna de las de entonces, que estaban muy cotizadas- vivían en la localidad madrileña de Hoyo de Manzanares cuando él estaba a punto de venir al mundo, pero que se trasladaron a Burgos para que el parto propiamente dicho se produjera en la Cruz Roja cuando aquel hospital estaba en el Paseo de Los Cubos: "Es que el tocólogo de todas las pijas de Burgos era Carazo y tenían que venir a parir aquí estuvieran donde estuvieran para que las atendiera él. Me bautizaron en el barrio de San Pedro de la Fuente, donde los tragahogazas que les llamaban".

El primer recuerdo que tiene de aquella ciudad de los cincuenta y primeros sesenta es, sin dudarlo, el frío que hacía siempre y la nieve permanente durante casi todo el invierno: "Teníamos más frío que Dios talento y el paisaje urbano era muy tristón, a pesar de lo cual había siempre mucha gente en la calle y carros tirados por caballos".

Vivió en la calle Aparicio y Ruiz "en un edificio que era de los Ridruejo, porque mi madre había ido al Instituto López de Mendoza con Pedro Ridruejo, un personaje que en Burgos ha pasado desapercibido pero que tenía siete carreras, era catedrático en la Complutense, médico, biólogo, farmacéutico, licenciado en Derecho y doctor en Filosofía pura", y más tarde en la Barriada Militar, desde donde iba al Liceo Maristas, que estaba en la calle Concepción: "Mis hermanos y yo éramos unos niños asilvestrados porque hasta los cuatro o cinco años nos criamos en Hoyo de Manzanares y, de hecho, cuando fuimos al colegio de Burgos salimos en una foto de la revista que tenían los maristas en aquella época, que se llamaba Educación, llorando desconsolados".

Los escenarios de sus juegos, además de la Barriada Militar, eran el pinar que había donde hoy están las piscinas municipales, el río en el que se hinchaba a pescar cangrejos y la Deportiva, "donde a pesar de tener carnet como hijos de militares que éramos, nos gustaba colarnos para que los soldados nos persiguieran, los puteábamos bastante". Con su cuadrilla del Liceo pasaba muchas horas en el Castillo, "que en aquel momento estaba bastante bien cuidado aunque sin tanta pijería como ahora", porque uno de sus amigos era Gonzalito Martín, hijo del jefe de los guardas. "Allí hacíamos lo que nos daba la gana, muchas salvajadas, nos metíamos en la Cueva del Moro -que estaba destruida- con velas, que no sé cómo no nos pasó nada, y nos liábamos a pedradas con los de otros barrios: los de la Barriada Militar contra los de Capiscol, La Tesorera o los de San Pedro de la Fuente, que eran los más brutos. Recuerdo también las potras que construíamos cuando nevaba, en todas partes y también delante las puertas de las iglesias para que se cayeran las viejas. Los niños de entonces éramos mucho más libres que los de ahora, íbamos a casa solo a comer y los padres estaban a otras cosas. Nosotros teníamos una doméstica, la Asun, que era de Villahoz y que nos tenía muchísimo cariño y nosotros a ella pero que nos daba unas hostias como panes". Eran los años de la Formación del Espíritu Nacional y de la OJE, "en cuyas instalaciones, en las que había mesas de ping-pong y futbolines, los chavales empezábamos a fumar y éramos adoctrinados en los principios de la Falange".

En el 68, a Madrid. Con 12 años a su padre lo destinan a Toledo, donde hace el Bachillerato -"esto era provinciano pero aquello era para mear y no echar gota, aquí estaba Pérez Platero, pero allí, Plá y Deniel"- y en 1968 llega a Madrid a estudiar Ingeniería Técnica Agrícola: "Nunca milité en ningún partido pero sí, éramos rojillos, teníamos compañeros a los que se llevaban y no volvíamos a ver en unos meses y cantábamos el No nos moverán encerrados en la facultad, donde nos pedían el carnet para entrar y nosotros, para joder, lo llevábamos entre los dientes". Doce años después volvió a Burgos, a Villadiego en concreto, ya casado y funcionario del Ministerio de Agricultura.

Martínez opositó al Servicio de Extensión Agraria, un organismo con oficinas en todas las cabeceras de comarca y que se ocupaba de trasladar a la práctica de la agricultura las evidencias que iba incorporando la investigación científica. "Se trataba de formar e informar a los agricultores, algo que vino a España desde Estados Unidos, donde sigue, y no como aquí, que se quitó porque somos unos iconoclastas".

Explica que Villadiego no era un pueblo cualquiera -"era un poco la universidad"- porque tenía 30 pedanías y allí vivían el juez, el notario, el registrador, casi todos los profesores del instituto y los funcionarios de Extensión Agraria, "que como tenía una filosofía muy anglosajona, nos hacía vivir donde trabajábamos aunque no nos daban casa como a los maestros, y trabajábamos mañana y tarde, sábados incluidos, un poco a demanda". En aquel equipo, recuerda, había una figura llamada agente de economía doméstica, "que se ocupaba de enseñar a las señoras a cocinar, a coser...".

"Allí hicimos muchos amigos, Pepe, el notario, por ejemplo, que era muy facha pero un tío muy inteligente, muy simpático y muy divertido, que con la Chus andaba todos los días a la gresca, imagínate. Tenemos muy buenos recuerdos de Villadiego, sobre todo porque allí se criaron mis hijos, que pasaron una infancia estupenda", recuerda Tito, que se integró tanto en la sociedad local que fue concejal durante cuatro años por el PSOE: "Yo siempre he sido felipista y monclovita, como me llamaba Pepe, el notario, que cuando el 23-F vino a decirme que me agarrara los pantalones. Allí nadie se inquietó mucho aquel día, por cierto".

Se presenta a las elecciones, dice, "porque me comieron la oreja Laborda, que iba mucho por Villadiego, y mi jefe, que era Javier Rodríguez, militante del PSOE, que luego fue gobernador civil de no sé dónde". Salió elegido concejal: "Una experiencia muy divertida, podríamos haber hecho alcalde a uno del PP o a uno del CDS pero nos votamos a nosotros mismos. Se juntaron en Burgos los mandamases del PSOE y del CDS y para intentar evitar que gobernara el PP, me dicen que me quieren hacer a mí alcalde y les dije que ni hablar, que yo no era del pueblo y que solo teníamos dos concejales. Fue un escenario muy parecido al que se vivió aquí con Ciudadanos pero en aquella época era distinto, acuérdate del pobre Demetrio Madrid, que dimitió por un quítame allá esas pajas. Entonces el ambiente político era distinto. Ni de coña quise ser alcalde pero es que el del CDS me dijo que tampoco me iba a votar porque lo quería ser él, que era un hombre influyente en la zona".

Al final, se pasó la legislatura como concejal raso y hombre bueno "evitando que la sangre llegara al río entre el alcalde y el del CDS, que cada dos por tres se ponían de ladrón y sinvergüenza para arriba y se decían que se verían en el juzgado, que estaba en el piso de arriba del salón de Plenos; y entre los concejales de un partido y otro, que no se podían ver. El alcalde era muy facha, como de Vox, se presentaba por el PP pero iba por libre y un día nos trajo a un montón de falangistas con los correajes y todo". Los plenos eran tremendos, rememora: duraban hasta las dos o las tres de la mañana y de vez en cuando se enganchaban unos y otros "y se zarandeaban". Ni se le pasó por la cabeza la idea de volver a repetir aunque en 2011 formó parte de la lista al Ayuntamiento del Partido Por un Mundo Más Justo que encabezó su amigo Alejandro Represa y en el que estaba su mujer, Chus Klett, "pero fue por hacerles un favor, nunca me tentó la política".

En los años 90, ya de vuelta a Burgos desde Villadiego, Tito se convirtió en político consorte: "Siempre lo llevé bien, sin problemas, lo que me pareció es que ella no tenía prácticamente vida, se lo tomaba muy en serio y aquello se llevó muchas horas de no estar juntos. Fue concejala primero con Valentín Niño, un tipo muy normal, muy buena gente".

La irrupción del partido Acción Popular Burgalesa Independiente, liderado por el ínclito Álvaro Baeza, y una subida importante -y jamás repetida- de Tierra Comunera le dieron la Alcaldía a Ángel Olivares, y Chus Klett se convierte en miembro del equipo de Gobierno y concejala de la Mujer: "Aquella legislatura la recuerdo como muy caótica, con muchos líos, los concejales tuvieron que asumir responsabilidades alejadas de sus campos de conocimiento por aquello de los acuerdos entre partidos y Olivares iba a su bola, como casi no comía, que es cuerpo virginal y bebe agua mineral, hace montañismo y no se va a morir nunca, ahí le tienes, mírale lo bien que está ahora... Y Antonio Fernández Santos ya era un tipo polémico... Y los de Tierra Comunera, qué te voy a contar... Y no entró Baeza en el Gobierno de puto milagro. No me extraña que durase lo que duró", recuerda entre risas.

"Soy procrastinador". Dice que aquello no le supuso demasiada decepción de la vida política porque ya venía bastante desmitificado de la experiencia de Villadiego: "En aquella época el PSOE tenía que hacer socios pero yo nunca quise militar porque me conozco, que hoy digo una cosa y mañana digo que me dejen en paz, que me dejen de líos, soy lo que ahora llaman procrastinador. Recuerdo las reuniones cuando la sede estaba en la calle San Cosme y las comidas que hacíamos en El Peregrino, ésas no faltaban nunca".

Clemente Martínez trabajó durante años en formación, en la Escuela de Capacitación Agraria de Albillos, donde fue jefe de la explotación que está a disposición de los alumnos para que hagan prácticas. Allí se jubiló. Desde entonces se dedica a disfrutar de la vida, de sus nietos, a aprender a tocar el acordeón con Guillermo Díez (protagonista que ha sido también de esta misma serie de entrevistas), del campo y de las letras. Durante un tiempo fue aplicado alumno de la Escuela de Escritores, y su trabajo allí ha sido recogido por sus hijos Germán y Marta en un libro editado por Círculo Rojo: Historias del Tito. Pequeños relatos de un aprendiz de escritor.