Recuerdo el día en el que el Sacyl anunció el inicio de la vacunación masiva a los nacidos en 1956. Fue el 30 de marzo, exactamente tres meses después de que comenzaran los pinchazos en las residencias de ancianos.
Cuatro semanas más tarde, la consejera de Sanidad, Verónica Casado ya celebra que en unos días alcanzaremos el millón de vacunas administradas en Castilla y León. Por supuesto, la cifra está lejos de la deseada, pero debemos reconocer que el ritmo de vacunación es cuanto menos esperanzador. A pesar de ser la segunda provincia en la que menos dosis se han inoculado (88%) de cuantas hemos recibido, en Burgos se han administrado ya más de 127.000. Más de 127.000 pinchazos, sonrisas y mariposas en el estómago, de nudos en la garganta como esos que aparecen cuando lees, escuchas o ves en los medios de comunicación que esta semana vacunan a tu padre, a tu tía o a tu madre. Responsables, los 127.000, de esa alegría estúpida que aparece de repente cuando lees un tuit en el que un desconocido celebra que mañana vacunan a no sé quién, de la ternura en la cara del vecino cuando bajas a por el pan y te dice bien alto «¡me voy a vacunar!».
Llevamos meses haciendo planes para cuando todo esto acabe. Meses sin pisar la playa, visitas sorpresas ni abrazos por la espalda. 14 meses sin viajar ni bailar en un festival. Tenemos la agenda llena de sueños atrasados, de citas inacabadas que, les aseguro, ni se asemejan en ilusión al día en el que te dicen que esta semana le toca a uno de los tuyos. Qué bonito está el Coliseum plagado de sonrisas disfrutando de un partido que, a falta del último cuarto, ahora sí, parece que tenemos ganado.