Diario de Burgos

"Hay grupos que solo están pendientes de hacerse selfies"

H.J.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Paloma Fernández-Villa es una de ellas y esta es (parte) de su historia

Fernández-Villa posa abrazada a la estatua del peregrino de la plaza del Rey San Fernando. - Foto: Luis López Araico

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el 29 de junio de 2020

Cuenta divertida que tiene dos ídolos: Gil de Siloé y Rafael Nadal. Con semejante punto de partida no es difícil adivinar que esta mujer, nombrada Mejor Guía Turística de Castilla y León en el año 2000, es una apasionada del arte y del tenis.

Paloma Fernández-Villa, burgalesa nacida en el Paseo de la Audiencia en 1956, ha explicado su querida ciudad a miles de grupos a lo largo de casi cuarenta años de vida profesional, así que conoce perfectamente cómo han evolucionado las costumbres de los turistas, sus gustos, sus intereses, sus puntos débiles y hasta sus manías. Y al mismo tiempo ha contemplado la transformación de la propia capital y de un sector que ahora teme ser especialmente golpeado por la crisis post Covid.

Hija de militar, vivió su infancia y su juventud al lado de la tienda de Magariño. Desde las ventanas traseras de su casa se veían las agujas de la Catedral y aquella imagen despertó muy pronto en ella la inquietud por la historia y el arte. "De pequeña ya conocía la Catedral como la palma de mi mano. A los 12 años cuando todas leíamos las aventuras de Enid Blyton, de Los Cinco, descubrimos un pasadizo que hay desde la puerta de Pellejería hasta la plaza de Santa María y que después supe que era una cámara bufa para evitar humedades".

Hizo la Primaria en el colegio Niño Jesús y el COU en el López de Mendoza, y como sus padres no querían que se marchase de Burgos estudió Arte y Decoración, lo que ahora equivaldría a una arquitectura de interiores. En 1980, con 24 años, logró el título de ‘Guía del Estado’, que le permitió empezar a enseñar profesionalmente su tierra natal en español, inglés, francés e italiano.

Recuerda que entonces se hacía un examen en la Catedral y otro en Las Huelgas, y cómo el acceso a la seo estaba mucho menos controlado y regulado que en la actualidad. "Entrábamos siempre por la puerta principal y a los guías con grupos nos daban un manojo de llaves enormes con las que parecías San Pedro abriendo las puertas del paraíso", bromea. Con ellas podían pasar a capillas como las de Santa Ana, Santa Tecla o los Condestables, y en esta última recuerda con especial cariño una teatralización que solían llevar a cabo con el cuadro atribuido al taller de Leonardo da Vinci: "Antes estaba guardado detrás de un armarito en la sacristía de la capilla, y cuando pasábamos allí el sacristán, que se llamaba Santiago, apagaba las luces. Con mucha parsimonia abría y de repente aparecía de fondo La Magdalena. Siempre se escuchaba un ¡oh! de sorpresa en todo el grupo".

Eran otros tiempos, también en los exteriores del templo. Los alrededores no estaban peatonalizados, "los autobuses entraban por Capitanía, recorrían Laín Calvo y La Paloma y aparcaban en Nuño Rasura. Ahí se bajaba la gente". Después ese tramo se cortó y los turistas empezaron a llegar cruzando en sus vehículos el puente de Santa María hasta detenerse en Martínez del Campo. "Entonces no había móviles, claro, y quedabas a una hora pero si había problemas o se retrasaban no podías saber. Así que recuerdo muchas horas de espera junto al arco con Venancio, que vendía el cupón. Ahí estábamos una hora, hora y media o hasta dos horas plantados", relata.

En los años 80, apunta con nostalgia, "Burgos era maravilloso". Los franceses llegaban haciendo el Camino de Santiago con sus parroquias y los americanos se quedaban en el Hotel Condestable, al que convertían en su base de operaciones durante varias jornadas para desde aquí organizar excursiones a Santander, a las bodegas de La Rioja, a Valladolid o a Salamanca.

turismo familiar. "Y lo primero que le encantaba a todo el mundo era el verdor de la ciudad. Era un turismo muy familiar que se sorprendía de que pudiéramos ir constantemente bajo los árboles a lo largo de la Quinta y Fuente Prior hasta La Cartuja. Yo creo que la gente era más agradecida, no escuchabas ni una protesta, ni una mala cara".

Ni siquiera la capa de suciedad que por entonces afeaba la Catedral estropeaba la experiencia, según los recuerdos de Paloma. "Estaba más oscura, claro, pero no dejaba de ser una maravilla y entonces era más entrañable, como entrar a la parroquia de tu pueblo, se accedía con facilidad y no había esa impresión de entrar en un museo".

¿Cuál era su truco infalible, ese rincón que nunca fallaba a la hora de sorprender al visitante? Ella solía empezar "con el exterior de la Catedral, en la zona de Coronería, Fernán González, a los grupos les encantaba esa parte de arriba y bajar luego a Pellejería, a la zona de las Llanas, porque les transportaba a otra época". Cuenta, además, que la gente también hacía turismo con más calma, llegaba con tiempo para ver las cosas e incluso con otra actitud.

"Antes muchos jóvenes de los grupos de estudiantes estaban preparadísimos. Ahora como no dan religión es muy difícil explicarles algo como el Árbol de Jesé. Cuando decías que no se podían hacer fotos se guardaban las cámaras y ya estaba, ahora con los móviles es imposible de controlar. El último grupo que guie no hacía caso de nada, estaban todo el rato pendientes del teléfono y de los selfies, yo creo que ahora no podría trabajar", añade con cierta indignación.

Ella se jubiló en 2019, pero después de ser durante un tiempo presidenta de la Asociación de Guías trabajó en la atención al público de la Oficina de Turismo de la Junta de Castilla y León. Y también en este aspecto muestra nostalgia del pasado y un tanto de tristeza por las costumbres presentes: "Creo que el trato era más humano, todos teníamos más contacto con la gente, una mejor disposición. Ahora los turistas se lo traen leído en blogs de viajes, visto en vídeos de Youtube y algunos solo van a las oficinas de turismo para presentar una reclamación".

Otro fenómeno reciente del que reniega es el de los llamados ‘Free Tour’, visitas gratuitas que se ofrecen en multitud de ciudades del mundo a cambio de la voluntad y que hacen mucho daño a los guías profesionales. Afirma Fernández-Villa: "Eso es como si yo dijera que entiendo de huesos y fuera dando consejos de médico o como si me pongo a ejercer de abogada por la propina. En los free tour la gente se conforma con que le cuenten una anécdota o un chascarrillo, pero va en contra de la profesionalidad".

El turismo supone una importante inyección económica para casi todas las ciudades españolas, y por supuesto también para Burgos. Por suerte, la capital no sufre de la masificación que padecen en otros grandes destinos internacionales como Barcelona o algunas zonas de Baleares, y Paloma se muestra comprensiva con quienes llegan a parecer turismofobia: "Semejante ‘boom’ ha podido llegar a hartar a los vecinos porque es gente que viene a España a beber, a armar juergas en lugar de a consumir y a ser una fuente de ingresos. Pero el fallo está en no controlar, no vigilar, bajar los precios tratando de atraer a un público barato que al final se convierte en una sucesión de gamberradas".

Sin embargo, el turismo de interior "siempre ha sido de más calidad", así que reclama que "para controlarlo las administraciones deberían marcar unas pautas claras. No apostar tanto por lo muy barato o incluso lo gratis, porque lo que se paga se valora más".

Apostilla igualmente, para quien quiera entenderlo, que "un gran problema de las políticas turísticas es que quienes están en los despachos y en los sillones, sean políticos o técnicos, no ven lo mismo que quienes pisan la calle, así que deberían hablar más con los guías y los hoteles que son los que conocen la realidad".

De estos últimos y de su llamativa proliferación a lo largo de las últimas décadas comenta que "en temporada alta, Semana Santa o verano, se llenan pero fuera de ahí no tienen grandes ocupaciones y algunos hasta han cerrado. Y claro, los hoteles a veces suben los precios y la gente se queja de haber pagado 100 euros por una habitación que es más propia de una pensión". Algo parecido sucede con los bares ("hay demasiados", asegura), aunque añade que la calidad general de la hostelería burgalesa es buena, por mucho que a veces el asperón local resulte demasiado brusco para los foráneos.

Podrán cambiar muchas cosas con el paso de los años y de las décadas, pero lo que se ha mantenido inamovible pese a la ampliación de la oferta de ocio y cultural es la posición de la Catedral como estrella sin discusión del turismo local. "Todo el mundo pregunta primero por ella, además de por las Huelgas o La Cartuja y el Camino de Santiago. Y también por la figura del Cid, que despierta mucho interés". El Museo de la Evolución Humana, según dice, no acaba de despegar porque "no les llama mucho la atención a los extranjeros, sí a los estudiantes, pero no es algo tan atractivo como los monumentos clásicos, aunque luego se lo explicas y salen encantados".

Valora, además, el gran impacto alcanzado por el turismo de congresos desde la apertura del Fórum. "Atraer reuniones profesionales deriva siempre en habitaciones de hotel, consumos en restaurantes, bares, tiendas, y también grupos con guía porque son clientes fieles que generan trabajo".

El souvenir estrella, por cierto, es la bota tradicional. "Les encantan las de Domingo, preguntan cómo están hechas, para qué sirven, cómo se tratan…. y los objetos cidianos también, porque por ejemplo los estudiantes franceses lo conocen bien y preguntan por la parte histórica y también por el mito".

La era post covid. Felizmente retirada de la vida activa, sigue jugando al tenis aunque ya no al baloncesto, va de vez en cuando a ver al San Pablo, mantiene orgullosa su condición de scout y es secretaria de Alumni, la asociación de antiguos alumnos de la UBU, donde estudió Humanidades con especialidad en Patrimonio Histórico.

Desde fuera, pero muy vinculada todavía a su mundillo profesional, contempla con preocupación las consecuencias del coronavirus sobre el sector turístico.

"Creo que esto tendrá una recuperación muy lenta, que seguirá el miedo al contagio, que la gente volverá a viajar pero de momento será de forma individual. Me cuentan los compañeros que las agencias de momento no están programando grupos y organizarlos será muy difícil porque con tantos protocolos sanitarios… La falta de ingresos obligará a muchos negocios vinculados con el turismo al cierre", lamenta.

Por ahora, y a la espera de ver cómo evoluciona este mundo en crisis, se queda con sus buenos recuerdos, como cuando en 1999 le enseño la Catedral a Anthony Quinn. El actor norteamericano estaba rodando una serie sobre el Camino de Santiago, alojado en el Hotel Landa, y pidió ver la Catedral. Ella tuvo la suerte de acompañarle y cuando estaban sentados bajo el cimborrio "se nos acercó don Luis, un canónigo, le dijo que era admirador suyo y Quinn le recordó, puesto que era sacerdote, que él había interpretado incluso al Papa en Las sandalias del pescador, así que de alguna forma había sido su superior", relata.

De ahí pasaron a San Nicolás, cuyo retablo en piedra dejó boquiabierto al actor por su afición a la escultura, luego fueron a Zara a comprar un regalo para su hija pequeña y estuvieron picoteando en el restaurante del mirador del Castillo, adonde llegaron en el tren turístico que entretuvo otro largo rato a la estrella de Hollywood. "La gente le saludaba y le pedía autógrafos pero él no resultó nada divo, al contrario, fue muy sencillo".

Y así fue como conoció Burgos el protagonista de Zorba, el griego, de la mano de una de las guías más conocidas y activas en la historia reciente de la ciudad.