Diario de Burgos

El año de un genio

Javier Villahizán (SPC)
-

Ludwig van Beethoven regaló al mundo su alma en piezas inmortales como la 'Marcha Fúnebre' o el 'Himno de la Alegría'

El año de un genio

Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827) es un personaje artístico que está por encima del bien y del mal. El compositor alemán fue reconocido como un niño prodigio a la joven edad de 10 años, un talento que no se separó de él hasta su muerte. Fue durante ese medio siglo cuando el autor forjó su fama de genio indiscutible, aquel que revolucionó la música clásica con su romanticismo y creó maravillas como la Novena Sinfonía, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Ahora, 250 años después de su nacimiento un 16 de diciembre de 1770, el mundo entero, pero sobre todo Alemania y Viena, le rinden homenaje. El más excelso de sus ciudadanos cumple años y han decidido poner en valor a uno de sus iconos culturales más representativos con numerosos actos, si el brote del coronavirus se lo permite. 

Ludwing fue el segundo hijo del tenor de la Corte de Bonn Johann van Beethoven y de la joven María Magdalena Keverich. 

Con tan solo 10 años, el pequeño Beethoven ya era un niño con un enorme talento musical. Tal era su conocimiento y éxito entre sus conciudadanos que la gente pagaba por escucharlo y verle tocar el piano en los conciertos que organizaba su padre.

Pero fue su progenitor, amante de la música de Mozart, además de soñador y alcohólico, quien quería que su hijo siguiera los pasos del vienés. Así que con férrea disciplina y buenos maestros, Johann le enseñó piano, órgano y clarinete para que ofreciera recitales en la ciudad.

Pronto tuvo otros mentores como el compositor y director de orquesta Christian Gottlob Neefe, quien también le instruyó en Humanidades y Filosofía.

El trabajo bien hecho sumado al esfuerzo y al método de aprendizaje germano logró que el adolescente alemán estrenase su primera composición con 11 años: Nueve variaciones sobre una marcha de Ernst Christoph Dressler. No en vano, la sociedad de la época hablaba de él como el próximo Mozart, el sueño de su padre.

A partir de ese momento, la carrera de Beethoven empezó una progresión exponencial. De Bonn pasó a la Corte del príncipe de Colonia, donde se codeó con toda la élite alemana, y de allí a la gran Viena. Además, se da la circunstancia de que Beethoven vivió en una época única y excepcional desde el punto de vista social y cultural. La década de 1780 fueron los años del apogeo de la Ilustración, cuyo epílogo fue, nada más y nada menos, la Revolución francesa. 

Este movimiento de renovación intelectual, cultural, ideológico y político creó un hombre nuevo, aquel que se guía solo por la razón y las luces y se orienta hacia nuevas formas de pensamiento.

El ambiente que flotaba en las principales ciudades europeas era el de un nuevo renacer, el surgimiento de una verdadera civilización dominada por la felicidad y la ilustración.

Precisamente, cuando Beethoven era un adolescente, Kant publicó la Crítica de la razón pura, Mozart estrenó su ópera La flauta mágica y Joseph Haydn sus Cuartetos de cuerda rusos.

Todas estas influencias musicales, filosóficas y literarias impregnaron  en el proceso educativo de Beethoven. «Haced el bien allí donde podamos, amar la libertad sobre todas las cosas y nunca negad la verdad, aunque sea frente al trono», llegó a afirmar el compositor alemán.

El gran salto cualitativo en la vida profesional de Beethoven fue su viaje a Viena. Ludwing visita Austria con el propósito de recibir clases de Mozart. Sin embargo, la enfermedad y el posterior deceso de su madre le obligaron a regresar a su ciudad natal. No fue hasta finales del siglo XVIII cuando el artista regresa de nuevo a Viena, esta vez para quedarse definitivamente. Es allí cuando el autor de la Marcha Fúnebre y del Himno de la Alegría empieza a trabajar con Haydn y Antonio Salieri.

Pero su carrera como intérprete pronto se empieza a torcer como consecuencia de una incipiente sordera, que comenzó a afectarle a partir de 1796 y que desde 1815 le privó por completo de la facultad auditiva.

A pesar de ello, los primeros años del siglo XIX fueron los de su máxima madurez intelectual y musical, con un dominio absoluto de la forma y la expresión, como sucede en su ópera Fidelio, sus ocho primeras sinfonías y sus tres conciertos para piano.

Sin embargo, los últimos años del genio están dominados por el terrible tormento de la sordera, una dolencia que le impide percibir las notas agudas, por lo que muchos creen que ese es el motivo por el que la música de Beethoven se vuelve más solemne y con sonidos más graves al final de su vida. De esta época es la Novena Sinfonía, la Missa solemnis y los últimos cuartetos de cuerda y sonatas para piano.

‘A ciegas’

Nadie podría imaginar que un genio como Beethoven acabase sordo y testarudo, y que, además, crease en ese estado una de las sinfonías más bellas de la Historia de la música clásica, la Novena.

Por esas expresiones artísticas y por una trayectoria personal ejemplar, muchos de los nuevos compositores actuales toman como referencia de vida a Ludwig.  

«Que decir de un músico que es capaz de desnudar su alma entera y decir al mundo lo inmenso que es con solo cuatro notas, que son siempre las mismas. Él es el héroe de su propia música. Y en lugar de ponerse en una posición chulesca, lo que hace es decir, ahora que sabéis que soy Beethoven, lo que voy a hacer es desnudar mi alma entera para que la veáis, porque es mi regalo», declara un fiel seguidor del alemán, el artista, humanista y escritor Ramón Gener, quien en un exceso de confianza asegura que las sinfonías de Beethoven es un repaso de la vida: «Desde la Tercera sinfonía, la Marcha Fúnebre, hasta el Himno de la Alegría de la Novena esta toda su vida y toda nuestra vida, porque nos explica lo que somos»

A pesar de esa magnificencia, el intérprete era «un hombre que se avergonzaba, que se escondía de los demás porque era sordo. No olvidemos que él nunca escuchó su Novena Sinfonía». 

Ludwig van Beethoven no solo representa el paso del clasicismo al romanticismo en el ámbito musical, también fue un hombre adelantado a su tiempo. «La libertad, el progreso, es el objetivo en el mundo del arte, al igual que en la creación universal», escribió. Y para demostrarlo dejó para la posteridad la más celebre de sus sinfonías, la Novena, nada más y nada menos que el Himno de Europa.