Diario de Burgos

«Era distinto hace años. Estar con la gente lo cambia todo»

PATRICIA CORRAL PÁRAMO
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Retratos del Burgos olvidado (IX) | Como su Concejalía es única, José María García Cancelo se copia a sí mismo. Y como no se ve político, la despoblación no quedará en una moda pasajera para su comarca. Palabra de «repoblador»

José María García Cancelo, concejal de repoblación de Belorado. - Foto: Luis López Araico

Qué se puede esperar de una persona que nació en el primer ayuntamiento desaparecido con la llegada de la democracia? Quizás eso, que sea un «emigrante involuntario», un «repoblador», que se críe en un sitio y se jubile en otro, ambos lejos de sus raíces, y que haga campaña porque su familia retorne a su añorada Galicia y obtenga una victoria, como todas, amarga e incompleta. «Salí de Cesuras (A Coruña) muy pequeñito y en parte nunca he perdido la ilusión por volver. De hecho, conseguí que regresaran todos menos yo», explica José María García, con la pena de no haberse podido jubilar antes de que muriera su madre. «No llegué a tiempo», lamenta.

Cuando llegó a la escuela en Bilbao, los chavales se reían de él por las palabras que le salían en gallego, un complejo infantil por el que en su casa se dejó de hablar la lengua de sus antepasados.Tiempo después, comprendió que debía recuperarla y lo hizo a través de la lectura del periódico A Nosa Terra, de la poesía de Rosalía de Castro y Manuel Curros Enríquez, y de los libros de historia que devoraba. «Aprendí un gallego tan culto, y encima sin acento, que los del pueblo también se me quedaban mirando» confiesa entre risas.

Puede que a otro eso le hiciera sentirse extraño en todas las tierras, pero a José Mari no. Se siente gallego, bilbaíno y, desde que las fuerzas vivas de San Miguel de Pedroso -que son los dos grupos de ‘viejillas’, como las denomina con cariño-, le dieran hace años el visto bueno, también sampedrosiano. Su llegada al pueblo, solo técnicamente barrio de Belorado, fue casual. «Buscando un caserío por Vizcaya, no lo encontrábamos. Luego en  Álava, Cantabria... nos fuimos alejando» y cuando estaban a punto de quedarse con un chalé «medio regalado» en la Bureba se cruzó en su camino el Puente del Diablo, que al profano le sonará a película de terror pero que a José Mari le evoca un agradable aroma a reuniones familiares, meriendas y tardes de asueto, a paseos y a relax.

Quiso comprar una casa pero no se la quisieron vender. Ahora predica lo contrario, primero alquila, no te ates a un lugar sin probar antes cómo encajas. Por eso, además de ser el primer -y que se sepa- único concejal de Repoblación en España también lo es de Integración. Y uno de sus principales caballos de batalla el conseguir viviendas para nuevos vecinos. Una paradoja de las muchas que se pueden encontrar en la España interior, llena de casas vacías que sus propietarios no quieren ver llenas. «La gente mayor se cree que tiene una fortuna con dos o tres casas o pajares y cuando los hijos heredan, son ruinas», apunta para recordar que su padre sufrió muchísimo cuando se cayó la casa familiar y que prefería no pasar por delante del lugar para evitarse la saudade.

A José Mari le ha cambiado San Miguel de Pedroso. Asegura que antes era una persona introvertida, que apenas hablaba con la gente, pero llegó a este rincón burgalés y empezó a ir por los pueblos, a pegar la hebra con el primer paisano que se encontraba cachava en mano o palillo en boca, a aprender cosas de las tradiciones y del patrimonio que apuntaba en un cuaderno y que usa en algunas rutas y a veces, las menos, escribe en la página de FAS Tirón, que hoy integran 10 asociaciones de otras tantas comarcas y que ‘tiró’ de todo Burgos en la histórica concentración del 31 de marzo de 2019 en Madrid.

De aquel día guarda muchos recuerdos, pero sobre todo dos fotografías. Una en la que hay 4 burgaleses sobre la tarima y él aparece al lado de Manuel Campo Vidal, que precisamente acaba de publicar un libro -La España despoblada: Crónicas de emigración, abandono y esperanza- en el que habla de José Mari y su peculiar Concejalía. La segunda imagen es precisamente la de un sueño que se hizo realidad en las urnas poco después. Aparece con Álvaro Eguíluz y Rubén Contreras. «Coincidimos allí, empezamos a hablar, nos hicimos una foto de cachondeo: ‘mira: los futuros representantes de Belorado’, y salió», resume aún como sorprendido. Ellos son hoy alcalde y teniente de alcalde, respectivamente, y todos por la plataforma Vecinos por Belorado, que busca «una manera diferente hacer las cosas» a la que han tenido los dos grandes partidos hasta ahora. Y aunque «no somos políticos», sí considera que la experiencia vale la pena. «Tú puedes cambiar algo, no mucho, pero desde el Ayuntamiento se pueden hacer cosas, al menos intentar variar la mentalidad de la gente, que aquí es muy cerrada», subraya con la misma convicción con la que piensa que la tendencia de la despoblación se puede invertir, poco a poco, siempre que se aborde con criterio, con respeto -el término ‘España vacía’ le resulta «ofensivo»- y con criterio. «Hablar de despoblación era una moda y lo va a seguir siendo para algunos políticos. Pero no para los que hemos llegado a los ayuntamientos sin ser políticos. Yo estoy totalmente convencido de que se puede repoblar, aunque en 10 años no se recupera. Hace falta tener paciencia, como pasó en los 50 y los 60, cuando los pueblos se despoblaron para ir a las ciudades y después muchos acabamos hastiados de tanto urbanismo y de tanta historia y olvidándonos de lo más bonito, que es el medio ambiente y el medio rural», detalla. 

Es más, considera que su experiencia como concejal le da «muchas alegrías», por las que ha abandonado hasta las aficiones que se había reservado para el momento de la jubilación en Iberdrola, hace ya más de 4 años. «Me veía todo el día en el monte, con mi emisora, 30 años de radioaficionado. Sigo en contacto con mis compañeros pero los últimos 8 años de manera testimonial. No me da tiempo. Esto es mucho más cercano, el tener a la gente aquí, el hacer cosas con la gente lo cambia todo», afirma orgulloso de haber impulsado el asociacionismo en la comarca y recuperado en San Miguel de Pedroso patrimonio etnográfico -«aquí ningún vecino tira nada sin preguntar»- y tradiciones. «Dirigíamos las obras, encauzamos el río, arreglamos alguna calle, el horno, la fragua... Detrás de una jornada venía una reunión en el bar con patatas asadas, jamoncito y chorizo. Si algo funciona en San Miguel son las comidas populares», concluye. Así que no hace falta  adivinar cuál será el primer acto que programen para celebrar el fin de la pandemia.