Diario de Burgos

"Solo me he podido dar dos duchas en toda la vendimia"

ADRIÁN DEL CAMPO
-

Los temporeros que duermen en el armazón de la futura comisaría de Policía Local de Aranda cuentan las penosas condiciones de su día a día

La comida del 12 de octubre se hace en una vieja cazuela sobre unas brasas que también sirven para combatir el frío. - Foto: A. del Campo

En medio de una campaña de vendimia marcada por los protocolos anticoronavirus, en la que se ha hablado de extremar los controles y las medidas sanitarias, también en una campaña así, aparecen casos que se quedan al margen todo lo predicado por las autoridades. Son esos episodios que siempre sufren los mismos, aquellos que por sus acuciantes necesidades y falta de recursos no llega a amparar el sistema. Desde hace días se conoce que varios jornaleros están viviendo en las obras de la futura comisaría local de Aranda y a pesar de ello, nadie parece haber hecho nada por solucionar la situación.

Ayer mismo, mientras varios ciudadanos paseaban por la zona de la estación de autobuses y otros limpiaban sus caravanas o dejaban sus coches en el parking del hospital, los temporeros preparaban su comida diaria. Carne, parecía pollo, acompañada con unos pimientos picados, una cebolla y un chorro de aceite, de girasol, claro, todo ello cocinado en una vieja cazuela encontrada en la calle al calor de una hoguera no menos callejera. Ese era el menú del 12 de octubre, de la fiesta nacional.

Mientras esperaban a que las brasas alcanzaran su momento óptimo, tres temporeros hablaban sentados sobre ladrillos o radios, lo que habían encontrado. Su conversación se corta cuando alguien se acerca. Un periodista que quiere contar su historia. La primera reacción es de sorpresa, pero pronto invitan a pasar. Uno de ellos se va, prefiere no intervenir, mientras los otros dos, un hombre de 46 años y un joven de 27 acceden a relatar su día a día pero con una condición, sin nombres ni fotos en las que aparezcan sus caras.

"Solo sufrimos". El mayor de los dos jornaleros ha llegado desde Tomelloso, en Castilla-La Mancha, mientras el más joven, desde La Rioja, aunque ambos son marroquíes. El primero ha vivido este año su primera vendimia en la Ribera del Duero y el segundo, su segunda experiencia en la comarca, ya estuvo en la campaña de 2016. Pronto, con la experiencia que les da ser trabajadores habituales de las diferentes cosechas que hay en España, apuntan que "el problema" que se han encontrado aquí es "dónde vamos a vivir". "En otros sitios a veces sí nos dan alojamientos, pero aquí la temporada es corta, no hay muchos días, venimos para trabajar una semana y se acaba el trabajo. Entonces no ganamos nada, solo estamos sufriendo", asevera el mayor de los dos temporeros.

Su compañero de campamento, es el sustantivo que mejor describe lo que se ve en la futura comisaría; cuenta, sobreponiéndose a la barrera que en ocasiones sigue suponiendo el idioma para él, que aquí vinieron a trabajar y que una vez en Aranda, se tuvieron que buscar dónde dormir. "No nos gusta vivir aquí así. Hace 10 ó 15 días que trabajamos aquí, al llegar buscamos habitación de alquiler, de cien o ciento cincuenta euros, pero no encontré nada. Entonces tuvimos que meternos aquí, coger la ropa y venirnos aquí sin duchar, sin nada, solo sufrimos", explica mientras remarca que únicamente Cáritas les ha ayudado, aunque "no es suficiente": "En Cáritas me he duchado dos veces, dos veces, nada más, en todos los días que llevo aquí".

En su última jornada de trabajo, porque hoy mismo esperan cobrar y acto seguido marcharse a otra campaña agrícola, ahora en Andalucía, describen unas condiciones laborales que poco se ajustan a las que marca la ley y de las que se presume en tantas reuniones. Los dos cuentan que han sido contratados por una "autónoma" a la que denuncian verbalmente: "Se queda nuestro dinero, le pagan doce euros a la hora y nos da a nosotros siete euros, se aprovechan de nosotros. Tampoco podemos hablar directamente con las bodegas porque nos falta un coche". Además declaran que su contratista les cobra tres euros al día por los viajes de la futura comisaría al viñedo.

En esos trayectos que describen, el vehículo va completamente lleno, sin respetar los protocolos anticovid. Una normativa sanitaria que ellos no han visto en ningún momento. "¿Medidas de higiene, aseo, mascarillas nuevas? No hay nada de eso. Nosotros tenemos sed, el jefe trae una botella de agua y bebemos todos de esa botella", admiten. Durante la entrevista, la comida se ha ido cocinando, el apetito se abre y ellos se quedan en unas obras envueltas por la maleza para a hacerles invisibles de nuevo. Junto a la comisaría, la vida sigue su ritmo y ellos, por mirar hacia otro lado, no dejan de estar allí.