Diario de Burgos

"Nunca pedí un cargo estando en política"

A.G.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Lourdes Villares es una de esas mujeres y esta es (parte de) su historia

A sus ochenta años recién cumplidos, Lourdes Villares está así de guapa, ejerce de abuela, hace unas pastas riquísimas y sigue atentamente la actualidad. - Foto: Luis López Araico

*Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 9 de noviembre. 

caba de cumplir ochenta años y está tan guapa y enérgica como siempre. Incluso debajo de la mascarilla se adivinan rápidamente tanto esa sonrisa suya tan característica que le hace achinar los ojos, como el gesto de tremenda firmeza cuando algo le enfada mucho o la emoción que le desborda cuando recuerda algunos episodios de su infancia y juventud o a su esposo, Chema, el burgalés cabal que la retuvo en la ciudad y cuya ausencia le duele cada día. Lourdes Villares (Turón, Asturias, 1940) llegó a Burgos a formarse como enfermera a principios de los sesenta y formó parte de la segunda promoción de la Escuela de Enfermería que, entonces, y durante muchos años se ubicó en el Hospital General Yagüe.

Así, fue un testigo privilegiado de la evolución de ese centro sanitario, que se había abierto apenas un año antes de su llegada, y de la ciudad, en cuya actividad pública siempre se implicó -fue, durante más de una década, concejala y diputada- con un claro objetivo de servicio ya que, afirma, nunca entendió la política de otra forma.

Las circunstancias que rodearon su nacimiento fueron, de alguna manera, definitorias de lo que luego sería su vida profesional. "Cuando yo nací fue un parto malo y murió mi madre ese mismo día. Quizás por eso yo pensé pronto en decantarme por ser enfermera o matrona para ayudar a las mujeres a parir y que no se murieran, para evitar que se sucedieran cosas así que, por desgracia, en aquellos años eran muy frecuentes", rememora, destacando que su familia fue un auténtico matriarcado. La niña Lourdes se queda, entonces, al cuidado de unos tíos: "Mi abuela dijo que alguien tenía que encargarse de sacarme adelante y aquello fue algo muy bueno, de hecho, yo siempre presumí de tener dos madres, una en el cielo y otra, la que me crió, mi tía Tiva, porque mi padre no podía cuidarme y hacerse cargo de su trabajo como minero y de llevar el negocio, un restaurante en los bajos de la casa en la que vivíamos toda la familia". De Turón enseguida se trasladó con sus tíos al concejo de Aller, donde creció, fue a la escuela e hizo la comunión y donde jugaba en el campo, pescaba y veía a las mujeres ir a lavar al río: "Fui una niña muy feliz, todo el mundo me tenía en palmitas porque había perdido a mi madre".

De esos años rememora cómo para acudir a Moreda, una localidad cercana, a prepararse para el ingreso al Bachillerato usaba un coche de caballos con el que iban a recoger al facultativo de minas, que vivía allí: "A la ida íbamos en el coche porque aprovechábamos que iban a por ese señor pero no a la vuelta, así que teníamos que andar los cinco kilómetros que separaban los dos pueblos, pero nunca tuvimos ningún problema aunque alguna vez mi madre iba a buscarnos para que no nos perdiéramos". Su tercera etapa es en Mieres, en el colegio de las monjas dominicas donde solo estuvo un año pues reconoce, entre risas, que no se apañó demasiado bien con aquellas buenas mujeres: "Allí iban mis primas y había una, sobre todo, que era muy buena, Rosa, que siempre estaba rezando mientas yo hacía trastadas. Así que a ella le ponían en el cuadro de honor y a mí me castigaban a mirarla ‘para que veas a tu prima cómo es de buena’… Yo no sé cómo no le cogí manía". Así que fue en Oviedo donde terminó el Bachillerato y dónde tuvo que pensar hacia dónde encaminaría sus siguientes pasos.

"En esa época todas hacían Magisterio y yo dije que ni hablar, que yo no sabía enseñar y que quería ser enfermera. Mi padre me propuso que hiciera Medicina pero yo no lo veía claro y entonces habló con el presidente de Cruz Roja de Mieres, que era su amigo, y este le dijo que me pasara por allí a ver cómo era mi vocación. Y enseguida vio que lo tenía muy claro". En aquel momento sus opciones eran Oviedo, Valdecilla (Santander) y Burgos, ciudad que valoró su padre porque no era muy grande y su familia conocía a dos enfermeras burgalesas que trabajaban en Mieres: "En las tres escuelas había que superar un examen de ingreso, pagar una matrícula y en la de Burgos, además, presentar dos cartas de dos personas de ‘sobrada solvencia moral’ que apoyaran la candidatura de las aspirantes. Me presenté en las tres, aprobé en Valdecilla y en Burgos y definitivamente nos decantamos por esta ciudad".

Era 1961 cuando Luli, como la conoce todo el mundo desde pequeña, pone los pies por primera vez aquí. Su destino, la Escuela de Enfermería que entonces ocupaba la primera y la segunda planta del Hospital General Yagüe y en la que se estudiaba en régimen de internado: "Cuando llegué, aquello estaba a medio gas, había 300 camas, que era el nombre con el que enseguida se conoció. En aquel entonces funcionaban la tercera, la cuarta y la quinta planta, que era de Ginecología y nidos. En la sexta hacíamos gimnasia". Los médicos del hospital eran también profesores y el claustro se completaba con otras enfermeras que ayudaban a la formación de las estudiantes y las cuidaban. Villares recuerda que había una monja que era la ‘jefe’ de enfermeras del hospital aunque ella no lo fuera "cosas que pasaban entonces, como que tuviéramos tres profesoras de la Sección Femenina, que tampoco eran enfermeras sino de la Falange, y nos enseñaban política y otras materias". En este sentido, recuerda con mucho cariño a la directora de la Escuela, Domitila Porres, y a la secretaria de estudios, "Marce, a la que queríamos mucho y que ha fallecido hace relativamente poco".

El régimen de internado era duro, asegura, y con una disciplina muy férrea, a pesar de lo cual aquella escuela supuso para Villares algo más que el puro aprendizaje técnico de una profesión: "Fue una escuela de vida, de compartir, de convivir y de unas amistades que perduran a día de hoy, que aún tenemos grupos de whastapp casi sesenta años después con enfermeras que están por toda España porque aquí vino mucha gente porque tenía fama de que salíamos muy bien formadas. Dedicamos muchas horas a estudiar y tuvimos mucha vocación, yo creo que esa fue la clave". En cuanto a la profesión, afirma que no tenía nada que ver con lo que se hace ahora. "Un detalle, para que se hagan una idea las jóvenes, es que no existía el material desechable, teníamos que hervir las jeringas después de utilizarlas. Otra cosa que les llamará mucho la atención es que en la carrera no estudiamos la fisiología masculina, era un capítulo que nos saltábamos, y en el hospital había un practicante para sondar a los hombres". De aquellos años recuerda con mucho cariño al primer director que tuvo el hospital, Esteban González Murga, "el verdadero alma del hospital y de la Escuela de Enfermería, que gracias a él está hoy donde está".

Sobre la ciudad, dice que una de las cosas que más le llamaron la atención fue que solo había semáforos en el centro, que en el resto de la ciudad no existían "y no como en Mieres, que les había por todas partes" y recuerda con profundo cariño la forma en la que la acogió la familia de su compañera Marisa Masip desde el primer momento: "Fui una más en aquella casa, allí encontré mucho cariño. En realidad, siempre lo he encontrado, creo que, en ese sentido, he tenido suerte en la vida". Destaca también el alto número de soldados y de curas que había, en comparación de la sociedad de la que ella venía: "Me acuerdo de que nos obligaron a unas cuantas alumnas de la escuela a ir a la Catedral a ver al obispo Pérez Platero de cuerpo presente, menudo plato de gusto. Ten en cuenta que yo venía de la cuenca minera, que era completamente diferente. Recuerdo que don Rodrigo Sebastián, el analista, me llamaba ‘dinamita’ por ser asturiana y porque era muy protestona".

Vuelta efímera a Asturias. Aunque tras acabar la carrera volvió a Asturias lo hizo por muy poco tiempo. En segundo había conocido -bailando un día de Reyes- al que sería su marido y con él desarrolló su proyecto de vida en Burgos. Durante muchos años compaginó el ejercicio de su profesión en el Yagüe con cargos de responsabilidad en la dirección de Enfermería y una incipiente vocación política que arrancó en Alianza Popular.

"Entré en política por culpa de unos médicos del hospital, los doctores Martínez Barrios, Villanueva y Mateos, que me decían que yo valía para eso, que tenía capacidad y que la gente me quería y me respetaba. Es verdad que yo era muy guerrera, que protestaba y exigía nuestros derechos, así que me debieron ver madera. Eran los tiempos de Alianza Popular y, de momento, no me afilié sino que fui por allí a ver si me gustaba. Terminé haciéndome del partido", recuerda, a la vez que reconoce que nunca se planteó entrar en una lista porque le gustaba lo que hacía echando una mano como una afiliada más.

En 1993 -ya siendo el PP- Juan Vicente Herrera la escoge como vicesecretaria en la ejecutiva del partido en Burgos, la única mujer con Ignacio Marín, Galo Barahona, Ignacio Ariznavarreta y José Luis Santamaría. "La vida interna de los partidos es difícil, cada quién tiene sus objetivos y sus amistades, y muchas veces los peores son los tuyos, algo que decía mucho Vicente Orden y que yo suscribo totalmente. En este sentido llevo a gala que nunca, nunca pedí nada, ningún cargo, y salí con el mismo dinero con el que entré, ni un duro más, creo que hasta la política me costó dinero y mucho tiempo personal".

Es el propio expresidente de la Junta quien le propone entrar en la lista al Ayuntamiento en 1995 "con el apoyo de Juan Carlos Aparicio y Vicente Orden" y ocupando el cuarto puesto en la candidatura de Valentín Niño . "Lo comenté con Chema, mi marido, y él y mis tres hijos me dieron su apoyo incondicional, así que me animé. Ganamos... y con mayoría absoluta, luego ya fueron perdiendo fuelle".

Hasta 2007 fue responsable de los servicios sociales de la Diputación, una época de la que tiene un gran recuerdo: "De aquellos años me queda un inmenso agradecimiento a toda la gente con la que trabajé y con la que a día de hoy mantengo una relación estupenda. En Bienestar Social había un equipo muy bueno con quien me reuní el primer día para decirles que mi idea era contar con su apoyo para los proyectos y para pedirles que me enseñaran el idioma que hablaban porque para mí muchos de los conceptos que utilizaban eran nuevos. Todas me tendieron la mano y no fui la jefa, fuimos un equipo".

Una radical modernización de las residencias de ancianos -una de sus debilidades confesadas-, la redacción del I Plan Provincial de Igualdad de Oportunidades, la creación de un consejo asesor en materia de drogas y la apertura de varios centros infantiles para ayudar a la conciliación de las familias son algunos de los logros de los que se siente más orgullosa. Reconoce también alguna sonada pelotera en alguna consejería. Porque Lourdes Villares es una mujer de fuerte carácter y que no se calla lo que piensa. En este sentido recuerda cómo le puso firme al concejal Álvaro Baeza, de infausto recuerdo para la ciudad en general y para el PP en particular, ya que fue su partido el que arrebató la histórica mayoría absoluta que se conseguía en la ciudad. "Nos hizo mucho daño, pero yo le paré los pies. Tenía costumbre de poner verde a la gente en la tele y una vez me citó a mí. Al salir de una comisión le pedí que me mirara a la cara y que no se le ocurriera volver a citarme ni mucho menos a mi familia porque no le saldría gratis. Mano de santo".

Tras doce años en política activa decidió dejarlo y ahora es una mera espectadora -muy al día de todo lo que ocurre, eso sí- que califica de "impresentables" a todos aquellos que se lucran de su paso por la vida pública: "De aquel tiempo de diputada me llevé más satisfacciones que disgustos pero no por la política en sí sino por las que cosas que salieron adelante beneficiando a tanta gente, sobre todo a las personas mayores. Eso es algo que no voy a olvidar nunca".