Diario de Burgos

"Los libros censurados los guardábamos en un pasillo"

H.J.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Álvaro Manso es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Manso posa entre los repletos estantes de la librería familiar con un ejemplar de El Infinito en un Junco, su última lectura que recomienda de forma entusiasta. - Foto: Luis López Araico

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 15 de febrero.

Todas las mañanas se pasa un rato por la librería. A sus 80 años de edad y jubilado definitivamente hace solo 5, se sienta un rato en un rincón del local, repasa la prensa y dedica un rato a la lectura, disfrutando relajadamente de la criatura que fue su vida durante tantos años y que ahora regenta su hijo. Álvaro Manso Urbano tiene la satisfacción del deber cumplido y así lo transmite bajo las estanterías del negocio que puso en marcha su padre, que él heredó y que luego fue capaz de transmitir a su descendencia.

El principal exponente de la segunda generación de la librería ‘Luz y Vida’ vino al mundo en el número 51 de la calle San Juan hace 80 años. Fue el mayor de seis hermanos de los que ahora viven cuatro, hijo de una familia "muy normalita" en el Burgos de la posguerra, unos años difíciles de los que recuerda vagamente el racionamiento y a su padre "yendo a buscar alguna hogaza".

Su padre era de Guernica. Nació en el País Vasco porque el abuelo era carabinero destinado allí, y por eso mismo sus tíos provenían de Bermeo o de Lekeitio, pero antes de la Guerra Civil ya fue destinado a Burgos y se estableció aquí con su esposa Antonia, burgalesa. Primero trabajó en una imprenta en Huerto de Rey y después se pasó a la Imprenta Polo como operario, hasta que se decidió a poner su propia tienda en julio de 1948. "Gracias a unos ahorrillos de mi tía Aurora, que se gastó lo que tenía apostando por su sobrino. Era una gran mujer en todos los sentidos, porque habría podido jugar al baloncesto", bromea recordándola.

El precioso nombre de ‘Luz y Vida’ daba pistas sobre la dedicación principal en los inicios. "Era fundamentalmente una tienda de objetos religiosos. De niño, más que ver libros, me suena que había estampas de santos, velas, belenes, crucifijos. Y rosarios, que por aquellos años se vendían como rosquillas". Era una España abrumadoramente católica y una ciudad famosa por su densidad de población sacerdotal, así que no es de extrañar que hubiera un mercado potente en ese sector.

Mientras su padre ponía en marcha el negocio, él estudió en el colegio San Antonio y después en el Liceo, pero muy pronto, a los 16 o 17 años, empezó a pasar muchos ratos en la tienda. "Yo hacía un poco de todo, la economía estaba en un momento muy bajo y era necesario echar una mano".

Recuerda, por ejemplo, que el negocio familiar "sufrió al alcalde Díaz Reig, que hizo una gran labor por la ciudad pero nos tocó la construcción del gran colector en Laín Calvo y La Paloma. Era una cosa impresionante, un agujero enorme el que tuvieron que hacer, y para nosotros era desolador porque estaba todo levantado y había que caminar sobre tablones". Entonces, como ahora, las obras han sido siempre enemigas de los pequeños comercios directamente afectados.

Cumplió con un servicio militar de 24 meses en Burgos, pues se presentó voluntario para evitar tener que ir destinado a la Guerra de Ifni, que por entonces enfrentaba a España con Marruecos. Destinado en Sanidad, hizo también trabajos administrativos en el Hospital Militar y solventó la mili con apenas unas pocas guardias y las tardes libres.

Tras unos años de aprendizaje, a principios de los años 60 llegó el relevo generacional. El hijo tomó las riendas del padre y comenzó a virar la librería hacia una de temática general, aunque manteniendo la parte religiosa "porque nos sentíamos orgullosos de ser un referente en esos temas", explica.

Aunque el mundo editorial era muy distinto entonces al actual, "resultaba complicado lidiar con ellas porque no nos reconocían, al principio no sabían quiénes éramos y no confiaban en ti a la hora, por ejemplo, de adelantar pagos. Yo creo que ahora todo va más deprisa y antes el ritmo era más tranquilo, pero también más difícil".

En plena dictadura, los censores no solo se ocupaban de la prensa sino que también les inquietaba el movimiento intelectual que pudiera salirse del tiesto en torno a los libros. "De vez en cuando venían a retirar algún libro, pero antes de que llegasen ya lo habíamos guardado. Recuerdo que estaban en un pasillo estrecho al que llamábamos ‘El infierno’ y allí teníamos los libros más complicados. Todas las librerías guardábamos alguno porque siempre había clientes interesados en ellos".

Entretanto, ‘Luz y Vida’ se amplió con un segundo local en la acera de enfrente, siempre en la calle Laín Calvo. La abrió su padre, pero luego la regentaron sus hermanos Rafael y Javier. "Esa tienda estaba más especializada en arte, había cuadros y también temática de informática y naturaleza". Ahora ese espacio está cerrado y ‘Luz y Vida’ permanece en la acera de los pares, en un local reformado en 2013 a escasos metros de su emplazamiento original.

Sus recomendaciones. Decíamos que Álvaro Manso no ha perdido nunca el gusto por la lectura, y de hecho sigue hablando de forma apasionada de los libros. "Sobre todo leo novela y ensayo. Ahora estoy terminando uno que me ha encantado, El infinito en un junco, una declaración de amor por los libros que es una verdadera maravilla". Cita también a Leonardo Padura, a Luis Landero, a la novela histórica del estilo de Yo, Julia. Y subraya que hay "lecturas para todos los públicos y cada una tiene su momento y su clientela".

En el eterno debate sobre si los números uno en ventas son de menor o peor calidad, se queda en un término medio. "Es cierto que algunas veces no responden a las expectativas, pero también hay grandes bestseller que son muy buenos y que no tienen nada que envidiar a los demás".

Apunta también a ese curioso fenómeno por el que algunos autores se pasan varias décadas ignorados y de repente resucitan para el gran público, al abrigo de editoriales que los impulsan o de las modas en las que tanto influye la crítica. Se felicita, por ejemplo, del redescubrimiento de Stefan Zweig, "del que durante unos años se olvidó todo el mundo, quizás por motivos políticos, aunque por suerte lo ha rescatado ‘Acantilado’ y tiene obras tan maravillosas como sus biografías, Momentos Estelares de la Humanidad o 24 horas en la vida de una mujer". Y también menciona a Chaves Nogales, "porque si un libro recoge fiel y libremente lo que muchos pensamos que fue la Guerra Civil es A Sangre y Fuego".

¿Es posible digerir como lector el ingente volumen que se edita? Por supuesto que no. No existen vidas suficientes para leerlo todo. "Quizás se está editando demasiado, por encima de nuestras posibilidades, como se suele decir. Creo que las cifras rondan los 80.000 títulos cada año en España, incluyendo también las reediciones, y el problema es que al editar tanto las tiradas que hacen son muy pequeñas. Hay libros que se agotan y luego no hay quien los encuentre", comenta.

Desde hace unos cuantos años, y especialmente en el último lustro cuando puso fin a su jubilación parcial, es Álvaro hijo quien se ocupa del negocio. "Al principio de dar el relevo reconozco que era un poco quisquilloso, pero ya no me meto. Sé que mi hijo trabaja muchísimo y lo lleva bien", expresa orgulloso.

Amigo desde muy joven del fotógrafo Federico Vélez, pues las dos familias tenían sus negocios uno enfrente del otro, dice que todavía le da "mucha guerra". Salen de vinos juntos, de vez en cuando quedan las familias y guarda un divertido recuerdo de un año que salieron disfrazados de carnavales: "Fede iba del Cid y yo de emperador romano".

Ahora su tiempo libre lo dedica a pasear por la ciudad. Ya no va al cine como cuando era joven "y nos metíamos incluso en aquellas sesiones dobles". Y para seguir cultivando una de sus aficiones está matriculado en Historia del Arte en la Universidad Popular para la Educación y Cultura (Unipec), ya en el último año de los estudios.

Además, cada mañana acompaña a sus nietos más pequeños (de 4 y 6 años, porque también tiene otros ya mayores de 16 y 20) al colegio. "Están en una edad estupenda y tienen unos puntos que te mueres de risa con ellos, estos días por ejemplo te cuentan cosas del carnaval. Y es una buena manera de empezar el día con energía".

Por si fuera poco con esas obligaciones cotidianas, también es miembro del Patronato y de la Comisión Ejecutiva de la Fundación VIII Centenario de la Catedral. Así da continuidad a una tarea que desarrolló durante muchos años en la Cámara de Comercio, de la que empezó a formar parte en 1998, tanto en el Comité Ejecutivo como en el Plenario y presidiendo la Comisión de Cultura.

Exposiciones en Silos. De aquella época guarda un especial recuerdo en torno al ciclo de exposiciones que tuvieron como ubicación el Monasterio de Santo Domingo de Silos. El ciclo ‘Silensis’ logró reunir a 24 artistas en 25 exposiciones desarrolladas entre los años 2000 y 2008, y por allí pasaron nombres tan cotizados y reconocidos como Antoni Tàpies, Joan Miró, Miquel Barceló, Juan Navarro Baldeweg o Eduardo Chillida. "Fue una época muy interesante de la que estoy muy orgulloso que fue posible gracias la colaboración de mucha gente, desde el Ministerio de Cultura a la Junta de Castilla y León pasando por el presidente de la Cámara, Antonio Méndez Pozo o el entonces abad, Dom Clemente Serna".

Álvaro Manso es miembro de una generación que trabajó demasiado, y así lo reconoce. "Es curioso cuando ahora escucho debates en la radio, que consumo más que la tele, hablando de reducir la jornada laboral. Yo metía 12 horas diarias en la tienda, desde la mañana hasta la noche, pero todos los autónomos de la época estábamos igual. La generación de mi hijo es diferente aunque también echa muchas horas". Esa esclavitud del trabajo ha impedido, por ejemplo, que conozca más mundo. "No haber viajado más es un pequeño borrón que tengo. Porque es cierto que me cuesta mucho salir de casa, pero también muchísimo entrar", apunta.

¿Ha cambiado mucho su negocio en las últimas décadas? "Yo creo que ahora hay una competencia más fuerte, antes era todo más familiar", responde. "La ciudad era más pequeña, éramos un pequeño grupo de librerías y el funcionamiento diario era distinto. Hoy en día todo está metido en los ordenadores, antes teníamos que memorizar y almacenar todo en la cabeza. Yo creo que gracias a eso conservo buena memoria", presume.

Hablando de ordenadores, Manso no quiere ni oír hablar de la competencia de Amazon: "Prefiero no entender de ese mundo, porque me sublevo". Eso sí pese a todos los cambios, está convencido de que al libro en papel le queda muchísima trayectoria por delante: "Decían que el libro electrónico iba a arrasar y no ha sido así. Tiene su público, pero muchos lectores prefieren seguir leyendo en un soporte de papel".

A su juicio el público contemporáneo es de mayor calidad que antaño. "Hay más y mejores lectores, sobre todo las mujeres. Y lo que ha pegado un cambiazo es el nivel de lectura infantil y juvenil. Los pequeños son unos tremendos lectores, aunque luego llegan a la adolescencia y esa afición se interrumpen. Unos vuelven y otros no. Pero por muchas pantallas que tengan, a los niños les sigue gustando leer y el libro infantil tiene un éxito impresionante".

Ellos serán el mercado del futuro, los que seguirán dando vida (y luz) a negocios como el que montó Álvaro padre, heredó Álvaro hijo y continúa el tercer Álvaro como una de las referencias literarias de la ciudad.