Es un túnel del tiempo y del terror envuelto por una luz entre azul y morada. Suspendidas en el aire del angosto pasillo, brillan simbólicamente las almas de quienes fueron asesinados. Todas las almas. También las más inocentes, porque también los terroristas mataron niños: al fondo, en bucle, una pantalla muestras los rostros de Begoña, José María, Sonia, Susana, Daniel...Es un espacio casi sagrado que sobrecoge, acaso porque el horror está insinuado: he aquí la magnitud de la tragedia. Inabarcable. Se trata de uno de los rincones más estremecedores del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo inaugurado esta semana en Vitoria.Pero no es el único: toda la exposición permanente constituye a la vez un grito y una reivindicación: la de la memoria de quienes padecieron la violencia del terrorismo. De todos los terrorismos que han sembrado de muerte y dolor este país durante los últimos cincuenta años. Este lugar era y es necesario, imprescindible; sin esa memoria resulta imposible lo esencial: la verdad, la dignidad y la justicia.
(Más información, en la edición en papel de hoy de Diario de Burgos)