Diario de Burgos

"Ganamos batallas en la calle pero las perdemos en casa"

A.G.
-

No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Asun Ramos es una de ellas y esta es (parte) de su historia

Asun Ramos. - Foto: Patricia González

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el 15 de junio de 2020

Forma parte de esa generación de mujeres que se acaban de jubilar o están en trance de ello y que tenían alrededor de 20 años cuando se murió Franco, por lo que a partir de entonces tomaron el testigo en las instituciones, en el trabajo y, en definitiva, en la vida fuera del ámbito doméstico de aquellas sinsombrero de la República que se vieron abocadas (en el mejor de los casos) a quedarse en casa, a no poder participar de la vida pública y a que sus opiniones no fueran tenidas en cuenta a partir de la Guerra Civil. La historia de Asun Ramos (Santoyo, Palencia, 1955) es también la de muchas adolescentes del final de la dictadura que conocieron la lucha política e intentaron cambiar las cosas que no les gustaban por la vía de la clandestinidad y que pelearon mucho tanto en su vida privada como en su vida pública contra las convenciones que mantenían a las mujeres en un segundo plano y muy lejos de conseguir la igualdad real de la que pronto vieron cómo hablaba la Constitución y otras leyes.

Apenas tenía tres años cuando su familia se trasladó a Melgar de Fernamental, donde su padre consiguió un empleo en una empresa de maquinaria agrícola. Dice que aquella ya era entonces una localidad grande. "Como he trabajado toda la vida en el ámbito farmacéutico acostumbro a calcular el tamaño de un pueblo por las farmacias y Melgar en aquellos años tenía dos, además de cine, sala de fiestas y varias carnicerías".

Los primeros recuerdos tienen algo de difuso y en ellos aparece, por ejemplo, el ‘queso amarillo’ que sus hermanos le llevaban del colegio, producto, probablemente, de los donativos de Estados Unidos en su campaña de ayuda a España, que empezó en 1953. "Vivíamos en un edificio de casas sindicales y tengo la idea de que mi vida transcurría en aquellos tiempos en las escaleras, con los hijos de los vecinos, mucha chiquillería con la que íbamos para arriba, para abajo, todo un mundo que a mí me parecía enorme y que no se correspondía con la realidad porque luego he vuelto alguna vez y era muy pequeño. En los recuerdos todo se hace grande".

Los veranos los vivía en la calle y como en tantos otros pueblos y en aquellos años "los niños eran un poco de todos": "Cualquier vecina te echaba un ojo, todos cuidaban de los hijos de todos y aunque nosotros no éramos del pueblo y no vivíamos en el centro sino en una zona un poco apartada, entre todos hicimos una comunidad". En cualquier caso, la suya fue una infancia feliz que apuntaló académicamente primero con unas monjas y más tarde en la escuela pública del pueblo que a la larga se fusionarían. "Me encantaba ir al colegio, las matemáticas, la Historia... A veces, incluso, me ponían de ejemplo por lo aplicada que era. Tengo muy buenas vivencias de aquellos años, recuerdo muchas amigas y las meriendas de pan y chocolate, aunque sí eché de menos que me hubieran comprado unos patines o una bici porque tuve que aprender con una que me dejaron". Melgar vivía una buena época económica. Además de la fábrica de maquinaria en la que estaba empleado el padre de Asun, había otra de quesos que daba trabajo a mucha gente, incluidos dos de sus hermanos mayores. Algún verano, además, fue a echar una mano siendo muy pequeña a cambio de una propina, y los dueños, que no tenían hijos, se portaron muy bien con ella porque la tomaron mucho cariño por lo aplicada que era. "En una ocasión, no sé si tenía 8 ó 10 años, le llamaron a mi madre para decirle que me arreglara, que me llevaban a Burgos a las fiestas de San Pedro. Me puso el vestido de los domingos y tirabuzones y la chica que tenían me llevó a las barracas".

Fue la primera vez que vio Burgos, donde la familia se mudaría algunos años después por el traslado de la fábrica del padre al Polo, "lo que fue un golpe bajo para el pueblo". "Recuerdo que me impactó muchísimo la imagen de la Catedral mientras entrábamos por la carretera desde Melgar y también ver casas altas…, aunque esas ya las había visto en el cine adonde iba todos los domingos a las sesiones que costaban una peseta a disfrutar de las peripecias de indios y vaqueros y de los ídolos del momento, Marisol, Joselito y Rocío Dúrcal".

Once años tenía Asun cuando se instalaron en la Barriada Inmaculada en un Gamonal que recuerda sin edificios altos: "Casi un bloque entero lo ocupamos las familias de aquella empresa, que se llamaba Jolpa. Yo fui al colegio Alejandro Rodríguez de Valcárcel, que se conocía como Las Quemadas, donde tuve una profesora, doña Cecilia, que era muy buena mujer aunque nos daba con la regla en las manos… y a algunas, en las pantorrillas". Los fines de semana los pasaba entre los paseos con las amigas por el Castillo y las películas que ponía el Círculo Católico en sus instalaciones de la calle Concepción: "Me encantaba bajar a Burgos. Lo primero que hice nada más llegar fue coger el autobús e ir al centro a conocer todas las calles. Era una ciudad, como ya se sabe de esa época, con mucho cura y mucho militar y tengo una imagen que no se me ha borrado nunca, la de los niños del hospicio cuando les sacaban de paseo. Impresionaba verlos con aquellos babis de rayas y el pelo muy rasurado, es una imagen muy impactante y que la tengo muy marcada".

Aquella niña a la que le encantaba estudiar y era feliz aprendiendo y yendo a la biblioteca vio truncada su vida académica muy pronto. Apenas tenía 14 años cuando su padre decidió que había llegado el momento de incorporarse al trabajo: "Para mí fue un palo terrible, me hubiera encantado seguir estudiando, hacer el Bachillerato, pero eran cosas de la época, es algo que lo tengo clavado aunque sé que mi padre nunca lo hizo por maldad. Mis hermanos mayores ya trabajaban y en cuanto vieron un anuncio en el Diario respondieron y me puse a trabajar en la Taglosa, una fábrica de madera muy boyante entonces. Para entrar nos hicieron unas pruebas, hacer un dictado, unas cuentas, y el director me preguntó que por qué no seguía estudiando".

El cambio fue "brutal" para ella. Ese paso abrupto a la edad adulta lo recuerda, sobre todo, por unos turnos durísimos, el miedo de caminar por las calles de madrugada para ir a la fábrica, la impertinencia de muchos varones que se creían con el derecho a decirles a las mujeres jóvenes aquello que les pasaba por la cabeza -"en aquella época las clases estaban muy marcadas y eso se notaba"- pero también por las primeras discotecas (Campeador, Hawai), los primeros ligues y el ansia de aprender, que nunca le abandonó. De hecho, a la vez que trabajaba, y a pesar de que contaba con poco tiempo, comenzó a estudiar taquigrafía y mecanografía en la Academia Centro y, gracias a una vecina que la animó porque vio en ella cualidades y, sobre todo ganas, hizo lo que entonces se llamaba Secretariado en el colegio de La Milagrosa.

Esa formación le abrió las puertas de su siguiente -y definitivo- empleo, del que se jubiló el pasado mes de febrero tras unos años con el contrato-relevo. "Yo ya tenía un novio y unos amigos de él nos preguntaron si conocíamos a alguien que supiera escribir a máquina porque en el Centro Farmacéutico Vizcaíno, que es como se llamaba entonces, necesitaban una telefonista que pudiera coger los pedidos. Allí me presenté y allí he estado toda mi vida laboral". También en este puesto de trabajo iniciaría su labor sindical, a la que ha estado vinculada siempre y en la que llegó a ser secretaria de la Mujer y miembro de la ejecutiva provincial de CCOO de Burgos.

Enseguida le picó el gusanillo del sindicalismo en la clandestinidad. Parte de la ‘culpa’ la tuvo el que hoy es su marido, que fue a la cárcel por motivos políticos y allí conoció a los procesados en el 1.001, Nicolás Sartorius y Marcelino Camacho: "Yo ya tenía esa pulsión y, de hecho, lo conocí a él en casa de unos militantes del PSOE, pero luego nosotros nos hicimos de CCOO y del PCE. Me acerco a ese mundo porque no me gustaban nada las desigualdades que veía y lo injustas que eran muchas cosas, el clasismo…, y aquellas conversaciones que teníamos con amigos germinaron en mí".

Eran tiempos de muchas reuniones -algunas en los locales parroquiales de San Nicolás, donde recuerda que el cura les dejaba sin ningún problema, o en merenderos o incluso en la casa de Luis Martín Santos-, de repartir clandestinamente Mundo Obrero, de lanzar octavillas previamente impresas en las vietnamitas..., es decir de toda aquella parafernalia antifranquista que a los más jóvenes quizás les suene muy trasnochada pero con la que aquellos veinteañeros se jugaron la piel. "Me casé prontísimo, con 20 años, y creo que lo hice, además de porque nos queríamos, por toda la actividad que teníamos, tantas reuniones, para no tener que decir nada en casa ni pedir permiso, me casé para tener libertad y para militar en el PCE y en CCOO".

No recuerda ningún encontronazo serio con la policía en aquellos años pero sí lo mal que lo pasó el 23-F. "Recuerdo que estaba en casa planchando -esto no te lo dirá ningún hombre cuando le preguntes dónde estaba aquel día- y me llamó mi marido para decirme que pasaba a buscarme. Nos fuimos a la barriada de Yagüe a un chamizo que tenía allí alguien, hubo mucho miedo porque andaban grupúsculos de extrema derecha haciendo de las suyas".

Comenzó la actividad sindical en su puesto de trabajo interesándose por su convenio, "que se firmaba en el País Vasco y ni siquiera nos lo dejaban leer". Y poco a poco se fue interesando por la situación de las mujeres trabajadoras hasta ocuparse de la secretaría específica. "¿Que si el mundo sindical es machista? En aquellos tiempos estaba muy masculinizado como el resto de la sociedad y lógicamente había algún ramalazo machista pero luego se han hecho bien las cosas, ha habido mucha formación, muchas conferencias, hemos tenido la oportunidad de escuchar a muchas mujeres muy interesantes y creo que las cosas han cambiado mucho".

Fue en esa labor en la que el feminismo le salió al encuentro. "Las mujeres nos teníamos que pelear en muchos frentes, en las fábricas pero también en las casas. Recuerdo que a la hora de hacer las listas para las elecciones sindicales era muy difícil que se incorporaran las mujeres porque siempre nos decían que no tenían tiempo, que no tenían con quién dejar a los niños... Estos problemas nunca les han tenido los hombres. Ahora las cosas han cambiado mucho y, por fortuna, en los sindicatos hay muchísimas mujeres con las ideas muy claras que están haciendo una gran labor".

Asun Ramos, que fue también concejala durante unos años en el Ayuntamiento de Ibeas de Juarros, es una de las cofundadoras del Colectivo 8 de Marzo, un grupo de diferentes entidades que comenzaron a unirse allá por los primeros años 90 del siglo pasado para organizar actividades con las que conmemorar el Día Internacional de la Mujer y que aún hoy se mantiene y entrega todos los años un premio a una mujer o entidad que haya destacado por su defensa de los derechos humanos. De su mano llegaron también las concentraciones todos los días 25 de cada mes en la plaza del Cid en memoria y recuerdo de las asesinadas por la violencia machista, una convocatoria que dejó de hacerse en buena parte y por desgracia debido al desinterés demostrado por la sociedad. "Yo me considero feminista cien por cien aunque sé que luego siempre hacemos concesiones. Muchas veces digo que las mujeres ganamos batallas en la calle pero las perdemos en casa porque con el objetivo de evitar problemas y conflictos seguimos cargándonos con la mayoría de las responsabilidades domésticas".