Diario de Burgos

"Hacen falta empresarios con sal y pimienta"

G. ARCE
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. José Ignacio Calvo de León es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Tras una vida centrada en cuerpo y alma a la pastelería, José Ignacio Calvo de León se dedica ahora a la comercialización de carretillas elevadoras. - Foto: Patricia González

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 24 de agosto.

Inquieto es, quizá, la palabra que mejor define a este hombre de eterna sonrisa, cuya principal virtud -que ilumina a muy pocos- es la de hacerse entrañable a los pocos minutos de iniciar una conversación sobre cualquier tema. Sonríe, como sin darle importancia, cuando se le dice que igual es el único burgalés con dos récord Guinness en su haber y que él empezó a hablar de los jóvenes emprendedores cuando en la ciudad solo se estilaban los empresarios de traje, corbata y de ‘usted’.

José Ignacio Clavo de León es aquel chavalín de apenas 10 años que se puso a vender sus cuadros de hilo de la clase de Pretecnología en el mercadillo de los domingos de la Llana de Adentro. "No vendí ninguno, pero me empezó a picar el tema del emprendimiento...".

Nació el 4 de julio de 1962 en una familia "normal". Su padre era electricista en la Electra y su madre, ama de una casa con 5 hijos, 3 chicos y 2 chicas. Las primeras letras las aprendió cerca de casa, en La Milagrosa, y luego las amplió en los Maristas, en la Concepción. "Mi padre falleció en un accidente de circulación cuando yo tenía 12 años y a los 16 años le dije a mi madre que quería coger la tienda de alimentación del barrio, pero no me dejó...".

A los 18, deja de estudiar y da rienda suelta a sus inquietudes. Empezó a trabajar vendiendo depuradores de agua casa por casa, "algo muy difícil con el agua tan buena que tenemos en Burgos". Pese a ello, la cosa se le dio bien y le llevaron a Vitoria a hacer lo propio. De allí le rescató un familiar, que trabajaba en Excavaciones Saiz construyendo la Aduana. Allí, en Villafría, pasó año y medio de peón, tiempo que compaginó con los estudios de topografía. "Recuerdo que estuve trabajando en el movimiento de tierras para la construcción del nuevo Liceo Castilla, en Pozanos".

De la construcción saltó un buen día al mundo que ha sido el suyo hasta hace muy poco, el de la pastelería. Empezó como comercial del obrador de la Pastelería Sam, en el barrio de San Cristóbal, ya desaparecido. "Fue por casualidad, me dediqué a vender pasteles a tiendas de alimentación, pastelerías, a todo el mundo. Me involucré en el tema y con 21 años me surgió la idea de montar mi propio obrador con Eusebio Espinosa como socio". No tenía dinero y el primer local, en la calle Ávila 5, fue de alquiler con opción a compra a los dos años. Allí nació Dulcibur en el año 85. "Trabajábamos entre 16 y 18 horas diarias, desde las 10 de la noche hasta las 3 de la tarde del día siguiente, porque no disponíamos de cámaras de fermentación y teníamos que hacer todo el proceso seguido. Empezamos con bollería y luego con pastelería semiindustrial. A los 8 meses tuvimos que coger el primer empleado...".

Se hicieron con el local y al año se asociaron a la Federación de Pasteleros. Me recibió el entonces secretario de la patronal, Juan Carlos Aparicio (alcalde y ministro de Trabajo en años venideros), y el señor Alonso, de Confiterías Alonso, como presidente del gremio. Al año y medio se jubiló y los compañeros fueron a elegir al más joven de todos: José Ignacio Calvo de León.

Y acertaron, pues después de muchas horas de obrador, al nuevo presidente aún le quedaban ganas de hacer cosas para dignificar la profesión. Ahí surgió el primer récord Guinness, en el año 92, un brazo de gitano de un kilómetro y 15 metros a lo largo de todo El Espolón. El pastel daba cuatro vueltas desde el arco de Santa María hasta la Diputación. Fue en tiempo de José María Peña en la Alcaldía y la ciudad vivió un gran día de fiesta.

En su afán de sacar al pastelero a la calle empezó a inventar nuevos postres, el de San Pedro, el del Papamoscas... "En Burgos siempre ha habido mucha empresa pastelera familiar y en aquella época había sucesión de padres a hijos".

Entre pastel y pastel acudió a Madrid a una reunión de la gran patronal, la CEOE. "Allí vi unos chavales que llevaban pegatinas de ‘Jóvenes Empresarios’ y la idea me fascinó: trabajar con gente de mi generación, ayudarnos los unos a los otros, empujar juntos, fortalecerse entre todos".

Hace 27 años nacía en Burgos la Asociación Jóvenes Empresarios (AJE), un proyecto que obligó a su fundador a abandonar la patronal de los pasteleros. "Diseñé unos estatutos en los que la presidencia se renovaba cada dos años, porque el asociacionismo lleva mucho trabajo y la gente tiende a apalancarse en las presidencias. El límite de edad para entrar en AJE eran los 40 años. Necesitábamos juventud y dinamismo".

Aún recuerda cuando presentó el proyecto a José María Yartu, presidente de la Cámara de Comercio. "Era un hombre de apariencia muy seria y circunspecta. Me senté a su lado, le miré y le dije: ‘Don José María, me siendo a su lado a ver si se me pega algo de usted...’. Una persona entrañable".

Transcurridos los dos años de mandato, José Ignacio Clavo recorre todas las capitales de la región, con sus patronales y cámaras de comercio correspondientes, y funda la Asociación de Jóvenes Empresarios de Castilla y León. "Fue un éxito. El primer congreso lo celebramos en Zamora, la ciudad más pequeña, y el segundo en Burgos".

En esa misma tarea de reunir a las nuevas promesas empresariales estaban entonces a nivel nacional Fernando Becker, exconsejero de Economía de la Junta y exdirectivo de Iberdrola; el que fuera mano derecha del PP con Rajoy, Fernando Martínez Maillo, en Zamora; el líder de la patronal madrileña, Miguel Garrido; o el hoy presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, en su feudo de Bilbao.

"Burgos fue uno de los primeros enclaves de AJE en España, que contó con la presidencia de honor del Rey Felipe, entonces Príncipe de Asturias. Todos los que hoy son empresarios consolidados empezaron con nosotros".

Fue una etapa muy ilusionante, José Ignacio Calvo traía ponentes a las aulas de la UBU, como la recordada visita de José María Ruiz Mateos en sus tiempos de gloria o Juan José Hidalgo, el fundador de Air Europa, y también daba charlas en las universidades. "Recuerdo cuando una vez en el aula de Económicas en León ante más de 500 alumnos pregunté cuántos querían ser empresarios, solo levantaron la mano dos. Entonces se hablaba de empresarios, no existía la palabra ‘emprendedor’".

En las charlas de AJE, las primeras filas siempre estaban reservadas para los niños, "para quitar todos los tópicos que pesaban sobre el empresario de entonces".

La lucha en aquellos años fue por la apertura de las ventanillas únicas que facilitasen y unificasen los trámites para fundar una empresa; por los viveros de empresas; y por las exenciones fiscales para ayudar a los jóvenes en los primeros años de sus negocios. "Todo lo que nosotros dijimos hace 30 años luego lo asumieron las cajas de ahorros, las cámaras de comercio y los ayuntamientos".

El alcalde Valentín Niño, recuerda, les cedió en su día las parcelas donde hoy está el Instituto Tecnológico de Castilla y León (ITCL) en Villalonquéjar para hacer un vivero de empresas. "Al final, al idea se la llevaron a Villafría, al CEEI".

Fue tal el éxito de AJE que hubo ciertos recelos en FAE, lo que les obligó a buscar otra sede. Así apareció la figura de Antonio Méndez Pozo, presidente de la Cámara de Comercio años después, que les cedió gratuitamente una oficina durante dos años en una entreplanta de Reyes Católicos. "Es más, cuando le dijimos que no teníamos un duro, nos la volvió a ceder. Su apoyo fue muy importante para nosotros. Creo es un modelo de entrega, de dedicación de tiempo para los demás...". "Con los años me he dado cuenta de que fuimos promotores de muchas cosas que hoy son realidad. Una de las mayores satisfacciones personales y de las que me siendo más orgulloso es que el trabajo que hicimos ha continuado, se ha fortalecido y ahora es una realidad sin la cual no se entendería Burgos".

el pastel. Fundada AJE regresa a la presidencia de los Pasteleros para, entre otras cosas, pelearse con los sindicatos para lograr el convenio laboral más alto de España. "Me peleaba con Julián Juez, aunque buscábamos lo mismo, que el trabajo de pastelero estuviese suficientemente reconocido".

Estuvo 13 años en la Cámara de Comercio dentro del gremio pasteleros, panaderos y reposteros. Roberto Alonso le reclamó para su nueva ejecutiva en FAE, "un grupo fantástico de compañeros". "Raúl Rica y yo le propusimos a Roberto hacer una revista para FAE, hoy iFAE, aunque él no las tenía todas consigo por los costes. Se hizo y ahora sigue funcionando".

Cajacírculo se puso en contacto con él para elaborar un pastel digno del centenario de la entidad de ahorros. "Hicimos un récord Guinness en la plaza de España, la tarta de trufa más grande del mundo de la que se repartieron más de 10.000 raciones el 19 de marzo de 2009".

Participaron media docena de obradores y cerca de una veintena de pasteleros que se las apañaron para manejar ingredientes de vértigo: 630 kilos de trufa, 120 de azúcar, 175 de harina, 300 docenas de huevos, 63 kilos de yemas, 115 de sirope de chocolate y 94 planchas de chocolate. Fue un éxito, e incluso una cadena de electrodomésticos se puso en contacto con él para intentar otro Guinness que finalmente no llegó a tal.

Ignacio Calvo dejó la pastelería hace tres años, cuando en el negocio solo trabajaban él y su mujer, Arancha, "y los números ya no salían". Dulcibur llegó a tener 17 trabajadores en plantilla y clientes en Salamanca, Bilbao y Burgos. En 2000 montó una fábrica de 1.500 metros cuadrados en Villadiego, "pero no funcionó". "La llegada de la industria de la congelación a la bollería mermó mucho nuestro negocio e hizo un daño terrible a los pasteleros artesanos. Todo ha cambiado, aunque estoy convencido de que la pastelería artesana seguirá funcionando porque hay familias con una larga tradición, muy profesionalizadas y adaptadas a los nuevos gustos".

Tiene dos hijos, Adrián y Guillermo, de los que nunca quiso que pisaran el obrador. Pero el primero, de 25 años, ha heredado la vocación. Se ha formado en el Centro Tecnológico del Cereal de Palencia y ha aprendido los secretos del Moulin Chocolat en Madrid y ahora está en Tarragona haciendo lo propio con la heladería y espera ir a la cuna de la pastelería, Francia. A Guillermo le ha dado por la Informática.

Cerrado el obrador tras 32 años elaborando bollería y pasteles, Ignacio se tomó un año sabático para desintoxicarse de las 16 horas de trabajo diarias. "Un día me llamó un amigo para ofrecerme el llevar el departamento comercial para la zona norte de carretillas elevadoras Yale, con sede en Villalonquéjar. Llevo más de dos años en esto y estoy encantado porque estoy relacionado con el mundo de la industria, lo que siempre me ha gustado. Tengo 58 años y no estoy pensando en jubilarme".

Al echar la vuelta atrás, está convencido de que "la vida me ha dado muchas más cosas de las que merezco". No le queda la nostalgia de haber llegado a un cargo más elevado en la patronal. "Soy un sencillo pastelero, no he tenido aspiraciones y me he codeado con grandes empresarios y políticos. No he cobrado de ningún sitio por representar a los empresarios pero he aprendido mucho de todos ellos", sentencia.

Un último mensaje: le preocupa mucho la evolución de Burgos, "parece que va a menos y ejemplos de ello tenemos. Veo al empresariado algo defraudado con esta deriva y creo que es necesario un empresario crítico, hace falta salsa y pimienta, y pegar el manotazo en la mesa como lo hicimos nosotros hace 30 años. Triunfamos porque decíamos lo que no se atrevían a decir los empresarios mayores", recalca.