Diario de Burgos

"Si para convencer necesitas humillar, no sabes enseñar"

H.J.
-

No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de la ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Teresa Bombín, es una de esas mujeres y esta es (parte de) su historia

Teresa Bombín. - Foto: Patricia González

* Este reportaje se publicó en diciembre de 2019 en la edición impresa de Diario de Burgos

Le tocó afrontar su primer salto vital con solo 9 años, yendo a estudiar a un internado desde su pequeña localidad natal de la ribera del Duero pucelana. Siendo muy joven, nada más acabar la Universidad, se marchó un año a Inglaterra cuando aquello era "otro planeta", según sus propias palabras, comparada con la España que todavía se desperezaba en blanco y negro. Y en la culminación de su carrera profesional rompió un verdadero techo de cristal al convertirse en la primera mujer en dirigir el colegio La Merced y San Francisco Javier, los Jesuitas de Burgos. Era también la primera no religiosa en ponerse al frente de un centro concertado.

La trayectoria de Teresa Bombín García (San Llorente, Valladolid, 1946) ha sido en muchos aspectos la de una pionera adelantada a su tiempo, con una visión de futuro que pocas mujeres tuvieron la suerte de convertir en realidad y un aprovechamiento óptimo de las oportunidades que la vida le puso por delante.

Sus padres, agricultores, eran unos convencidos de que los hijos debían estudiar porque así tendrían más salidas y podrían elegir más alternativas profesionales, incluso aunque algún día quisieran volver al campo. Por eso, muy pronto la mandaron desde las cercanías de Peñafiel y Pesquera ("zona de buen vino") a la capital de la provincia donde podía empezar a labrarse un futuro mejor. De su infancia conserva sus orígenes en el pueblo, donde tiene una casa y los amigos de siempre, y también un buen recuerdo del internado.

Visto con los ojos de hoy en día aquello de salir de casa antes de haber roto el cascarón infantil resulta extremadamente duro, casi impensable para los estándares actuales de proteccionismo, pero Teresa sostiene que allí les trataban "con mucho cariño" pese a que no tenían a sus progenitores cerca y había muchos pequeños a los que atender. "Éramos 100 internas y sin embargo estaban muy pendientes de nosotras. Recuerdo las noches de catarro cuando nos traían un jarabe para calmar la tos...".

Del centro de primaria Jesús María, las conocidas como Carmelitas de Vedruna, pasó al Colegio Mayor María de Molina, gestionado por las Teresianas de Pedro Poveda. Fue parte de la segunda promoción universitaria de Filología Inglesa, en la que solo había 16 alumnos de los cuales apenas dos o tres eran chicas, y cuando terminó remató su formación con un año entero en Devizes, una pequeña localidad situada en el sur de Inglaterra.

Lo de los idiomas le viene de familia. Un tío suyo hablaba inglés y ruso, detalle rozando lo exótico que parece más propio de los Romanov que de la Castilla de los años 50, y una prima suya es traductora. Así que con estas raíces y motivaciones se plantó en la que por entonces era la Pérfida Albión, en la Universidad de Bristol.

"Los ingleses no se extrañaban tanto, pero el resto de los europeos, por ejemplo los alemanes, nos miraban sorprendiéndose de que en España hubiera universitarios. Se creían que solo podíamos ser operarios de fábricas como los que habían tenido que emigrar", recuerda Bombín.

En Gran Bretaña encontró "una sociedad conservadora y religiosa, también en la educación", pero que fuera de la rigidez institucional iba años luz por delante de la moral y las costumbres españolas. "Estuve viendo a Los Beatles en Liverpool cuando todavía no eran casi nadie y entonces también sonaban Joan Baez o The Who. Se podían ver películas o leer libros que en España estaban censurados y allí ya se estilaba la minifalda". Como anécdota simpática confiesa que "alguna de mis compañeras llegó a cambiarse en el aeropuerto, cuando volvíamos, para no resultar demasiado corta al aterrizar", explica entre risas.

Completados los estudios, su primer destino de regreso a su país natal fue Miranda de Ebro, en el instituto Fray Pedro de Urbina, donde pasó cinco años que empezaron a curtirla como docente. De ahí llegó a Burgos, directamente a la Merced, donde necesitaban licenciados en Filología Inglesa de los que no abundaban ni mucho menos por aquella época, pues el idioma preponderante era el francés.

Imagínense a una joven profesora lidiando en un colegio absolutamente masculino, con chicos preuniversitarios y sacerdotes veteranos. No parece fácil, al menos desde fuera, pero ella tiene clarísimo que jamás se sintió inferior "ni me hicieron de menos, ni me miraron distinto, ni me mandaron a fregar platos ni siquiera con la mirada. Su carácter de pionera conduce inevitablemente a parlamentar sobre feminismo. "La mujer ha estado muchos años bajo un yugo", comenta. "Por ejemplo para heredar en el año 75 había que tener el permiso de un hombre y eso resultaba humillante", recuerda con indignación, pero añade que para ella nunca fue un problema ser una mujer en un mundo de hombres, "pero sé que esas dificultades existen y para eso estamos luchando ahora".

Sin castas. Rechaza también que hubiera ningún tipo de casta, "ni entre ellos y nosotras ni entre laicos y jesuitas" e incluso desliza que "los propios jesuitas tuvieron menos reticencias a mi nombramiento que algunos de mis compañeros". Porque su conversión en directora "sorprendió menos en el centro que en la sociedad burgalesa, pues ya conocían mi forma de ser, mi formación a lo largo de muchos años y también que tengo un poco de genio".

En efecto, ella había llegado a la cúspide de La Merced tras una larga trayectoria y el paso por todos los niveles intermedios. De profesora ‘rasa’ se convirtió en jefa del Departamento de Idiomas en 1998, donde estuvo nueve años. Luego fue Jefa de Estudios durante otra larga etapa hasta que en 2004 alcanzó la dirección de una comunidad de 1.500 alumnos y 132 trabajadores entre la plantilla de profesorado, la administración y el cuidado del comedor.

"Desde 1990 llevaba asistiendo a cursos de dirección costeados por el propio centro, porque los jesuitas se preocupan mucho de la formación", así que considera que su progresión fue algo casi natural. Tanto como la imagen que quiso promover entre los padres del centro, "a los que les decía que yo también era una ama de casa, que voy a la compra, que sé lo que cuestan las cosas y a los que tenía libertad para hablarles de tú a tú. Por eso creo que ser profesora de a pie, laica, me ha permitido entender mejor las necesidades de las familias y al mismo tiempo de los trabajadores".

Lejos de vivir en una comunidad religiosa, donde muchas cosas llegan hechas por la propia organización del colectivo, ella tenía y tiene una familia a la que atender diariamente. Su marido y sus dos hijos han tenido que convivir con las obligaciones de la madre, con "el esfuerzo de la dirección que al final era de toda la familia, porque tenía que viajar bastante".

No solo a las habituales estancias en Inglaterra y Estados Unidos para coordinar los intercambios, donde se pasaba semanas o meses fuera de casa, sino también a encuentros con otros responsables de centros, "algo fundamental para sentirte acompañada y que aunque supusiera sacrificar los fines de semana se vivía como una ayuda importante porque de esa forma estás en contacto con gente que ha tenido tus mismos problemas y gracias a eso se comparten soluciones y vivencias".

Por sus manos han pasado miles de chicos y chicas (jesuitas se convirtió en centro mixto antes de su llegada a la dirección, una coeducación entre sexos de la cual Bombín es una firma defensora), muchos de los cuales han ocupado posteriormente importantes puestos en la empresa, la política o cualquier otro ámbito de la sociedad local. No es de extrañar que salude y la saluden frecuentemente por la calle, y aunque le patinen algunos nombres y apellidos que antes se sabía de memoria asegura que "las caras no se olvidan".

Voluntaria y abuela. Felizmente retirada, ahora reparte su tiempo libre entre las tareas domésticas, el voluntariado que desarrolla con la asociación Entreculturas (vinculada a los Jesuitas y gracias a la cual no ha perdido el contacto ni con los alumnos ni con el centro) y sus dos nietos, de los que se ocupa "cuando soy necesaria" y con cuyos festivales navideños ha estado ilusionada esta misma semana.

Como buena profesional vocacional, de esas que nunca se llegan a retirar del todo, Teresa Bombín sigue con especial interés la parte de la actualidad centrada en la materia educativa, "siempre con temor cada vez que se habla de cambiar la Ley sin que haya un pacto, algo que sería muy positivo y que ya estuvo a punto de lograr Ángel Gabilondo".

Defiende la educación concertada, como no podía ser de otra manera, y lo hace con argumentos muy firmes. Apunta, en primer lugar, que esa opción "tenía y sigue teniendo demanda, al menos un 25 o 30% de las familias la prefieren, y además ahorra dinero porque se hace más trabajo, aunque es evidente que hay un déficit de financiación cuando resulta que las necesidades van variando con los tiempos y ahora es necesario tener ordenadores o tablas en las aulas, cuando hace 20 años eso era impensable".

Contra los que dicen que supone un adoctrinamiento, contesta que "la educación concertada no solo es religiosa" y que "se puede adoctrinar también en la pública si el profesor así lo quiere, porque todos hemos sufrido en parte un adoctrinamiento", e insiste en que "hay que respetar la decisión de muchos padres que prefieren una opción religiosa, es su derecho y su voluntad".

¿Algún consejo para los responsables de centros escolares? "Que deberían tener las carreras de Derecho, Económicas y Psicología, porque hace falta saber de todo eso". ¿Y para los actuales o futuros docentes? El mejor resumen lo toma prestado de una cita cuya autoría desconoce pero que comparte al cien por cien: "Si para convencer necesitas humillar, es que no sabes enseñar". Palabra de exdirectora.