Diario de Burgos

"La vida sin humor es una mierda"

R. PÉREZ BARREDO
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Fernando Portillo es uno de esos hombres y esta es (parte) de su historia

A petición del plumilla, Fernando Portillo se puso un sombrero -complemento habitual en él- para la sesión fotográfica. En casa suele tener las ideas al aire. - Foto: Luis López Araico

*Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 5 de octubre. 

Sólo podía sonar jazz en el abigarrado salón en el que vive y sueña Fernando Portillo, tipo inclasificable que ha sido tantas cosas que algunas ya casi no las recuerda. Las notas de un libérrimo solo de piano parecen retreparse en los sofás para acunarse a sí mismas, mientras que las que emanan de las trompetas, trombones, saxos y clarinetes juguetean, traviesas, entre las paredes llenas de cuadros y fotografías, sobre los anaqueles en los que se amontonan libros, vinilos y maquetas de veleros que nunca verán el mar. "Nací, geográficamente, exactamente en el mismo sitio en el que estoy sentado ahora", proclama recostándose en el sillón mientras por la ventana abierta rugen los coches calle Vitoria abajo. Cuando llegó al mundo, en el año 1954, esta zona de la ciudad cercana a la delegación de Hacienda era campo abierto, huertas, puro y duro extrarradio. Nada de moñerías nostálgicas ni de elegías a la patria perdida de la infancia: no la recuerda feliz. "Y no creo que de mi época haya nadie que la recuerde dichosa. Era una infancia de curas, de hostias, de golpes a manta".

Tampoco guarda un buen recuerdo de su etapa escolar en el colegio de la Salle; sí de los veranos infinitos. Aquel muchacho de salud siempre frágil que muchos años después se convertiría en un articulista deslumbrante, en un pionero del jazz en Burgos, en asesor en materia de comunicación de un alcalde de casi unánime grato recuerdo, en aventurero en Villarcayo de un proyecto auspiciado por un financiero, coleccionista de arte y filántropo judío, en voz cantante de un colectivo nudista, en biógrafo de santos y varias cosas más, encontró en la lectura mucha felicidad, acaso por contraste a la negrura reinante. Suerte que en su hogar siempre hubo libros. Y que a su madre le gustaba leerle en voz alta historias de Las mil y una noches (que nadie piense que el título iba con segundas: "En casa nunca entendimos la lectura como un somnífero"). Aún conserva, en edición canónica, toda la saga del revoltoso y siempre genial Guillermo Brown, al que nunca -vaya por delante- quiso parecerse.

Aquel afán lector dio pie y paso al afán creador. Se recuerda escribiendo de bien pequeño cuentos, historias y obritas de teatro que luego se representaban en los campamentos que hacía con los scouts. "Eran obras divertidas". El humor siempre fue esencial en la vida y en la obra de Fernando Portillo. Humor inteligente y lúcido rezuman siempre sus textos. Humor brillante destila su manera de estar en el mundo. "El humor es todo. La vida sin humor es una mierda. El humor es la sal de la vida". Quiso estudiar Periodismo; pero su hermano mayor había probado en Madrid con una carrera superior (Ingeniería aeronáutica), pero sólo se lo pasó de maravilla, por lo que el padre de familia andaba escarmentado y decretó que estudiar sí, pero en Burgos. "Mi hermano me jodió, aunque por otro lado me pareció lógico que se lo pasara de puta madre. Es lo que hacen todos los chavales cuando se van a estudiar fuera de casa ¿no?". ¿Qué estudios eran los más relacionados con la escritura, la cultura, la lectura? Derecho no. Una ingeniería, tampoco. Magisterio al canto.

Pero ni siquiera culminó la carrera. "No me gustaba, no me satisfacía". La radio se cruzó en su vida. En Radio Popular hizo programas de música. Muy posiblemente (mediados de los 70) el suyo fue el primer programa exclusivo de jazz que pudo oírse en este país. Y además, diario. Muchas veces se ha hecho la pregunta de cómo y por qué le cautivó de esa manera aquella música hipnótica que de vez en cuanto había escuchado fascinado en la radio, porque ni siquiera había discos de jazz en las tiendas, sólo alguna reliquia en Almacenes Campo. "Yo era un bicho raro, muy muy raro". Aquella pasión empezó con un primer disco que le regaló su madre en 1966. El artista, Louis Armstrong. A partir del genio de Nueva Orleans, todo lo demás: Tete Montoliu, Bird Parker, Miles Davis, Coltrane y compañía. "Todo vino en su orden y su concierto". Para Portillo, "la capacidad de improvisación, la libertad de tocar como uno quiera" fue lo que más le atrajo de este género musical. Le pegaba todo: siempre fue Portillo un espíritu libre. Dirigió aquel primer programa de jazz primero en solitario y después con otro fanático, César Balmori, con quien compartió buenos ratos.

Recuerda poco o nada de aquella juventud. "Me arrepiento tanto que empecé a hacer un diario; un diario que ocupa tres estanterías completas de mi biblioteca. Pero hace cosa de un año dejé radicalmente de hacerlo, porque un día me puse a releerlo y me encontré con que mi vida había sido un desastre; con que no había una sola entrada del diario en la que ponga ‘hoy ha sido un día bueno’. En general, en ese diario, lo que recojo de mi vida es una mierda, sobre todo porque desde muy joven empecé a tener muchos problemas de salud y eso me condicionó mucho", musita con un mohín de tristeza. Además de la radio, frecuentó siempre Portillo la prensa escrita, donde destacó por su brillantes textos literarios, ya fuesen ácidos o bienhumorados: en Diario 16, en Diario XXI, en La Palabra... "Descubrí que lo que yo escribía le gustaba a la gente. Yo nunca jamás he escrito para mí. Eso son gilipolleces. Yo a mí mismo no me intereso desde el punto de vista de la escritura. Que a la gente le guste lo que escribas da mucha satisfacción, porque el sueldo en periodismo siempre ha sido una ruina".

Pero quizás la experiencia más radical relacionada con la comunicación la vivió cuando fue requerido por el alcalde Valentín Niño para que se convirtiera en su asesor personal (no lo llama jefe de prensa, sino "mano derecha"). Recuerda al fallecido exregidor como "una bellísima persona; buena hasta decir basta. Si podía ayudarte, hacía lo que fuera. A cualquiera. Trabajé muy a gusto con él. Otra cosa es con el Ayuntamiento y con algunos de sus compañeros. Eso es otro cantar". No se anda por las ramas ni se muerde la lengua Fernando Portillo: asegura que fueron los suyos quienes peor se portaron con Valentín Niño. "Estaba rodeado de hijos de puta. Eran una panda de cabrones que no te puedes ni imaginar. Valentín se fue contento... de irse. No hubiera repetido por nada del mundo".

El oasis del club de jazz. Antes de todo aquello, en los primeros 80, Portillo cumplió un anhelo emprendiendo de forma audaz, casi suicida: creó el primer club de jazz que hubo en Burgos, el Portus, ubicado en Reyes Católicos. La experiencia tuvo de todo. Pero el recuerdo es esencialmente bueno, porque la acogida fue espléndida. Era un local pequeño, pero siempre estaba lleno. "Tener un club de jazz es el sueño de todo aficionado a esta música. Hubo noches gloriosas, noches en las que había jam session que se prolongaban hasta bien entrada la madrugada". El Portus, donde él mismo tocó el piano muchas veces, estuvo abierto cuatro años. Grandes músicos desfilaron por allí. Nombres míticos: el gran pianista Jean-Luc Vallet, el maravilloso batería Peer Wyboris, el contrabajista Horacio Fumero, quien tantas veces acompañara a aquel genio llamado Tete Montoliu, con quien Portillo trabó amistad cuando se convirtió en programador musical (le trajo un par de veces a Burgos). "Para mí ha sido el mejor pianista, aunque ha habido tantos... Fuimos muy buenos amigos. Como ciego, era extraordinariamente torpe: no sabía caminar, no sabía comer... Pero se sentaba al piano y tocaba... Era un monstruo. Algo fascinante".

Programó conciertos para la Caja de Burgos durante una larga temporada, a la vez que mantenía su condición de articulista. Entretanto, fundó y fue secretario de la Asociación Nudista de Burgos. Alma libre, cuerpo libre. "Me parece absurdo ponerse el traje de baño para bañarse. Con lo a gusto que está uno en bolas en el agua". Nada de provocar, ojo: jamás se espatarró en la orilla del río a su paso por el centro de la ciudad. Siempre en lugares más discretos, como el pantano. "La desnudez da libertad", apostilla.

Otro episodio relevante de su vida acaeció en Villarcayo, cuando empezó a trabajar en la primera granja escuela que hubo en España y que, con el tiempo, se convirtió en la Fundación Sol Hachuel, sostenida por el financiero argentino de origen judío Jacques Hachuel, quien impulsó la carrera como cineasta de Pedro Almodóvar y fue socio de Mario Conde durante su etapa como presidente de Banesto. "Fue una experiencia originalísima y fantástica. Fue muy gratificante trabajar durante años en aquel proyecto".

También ha publicado libros Fernando Portillo, claro. Uno de los más reconocidos, al alimón con su amigo el pintor Juan Mons, es una verdadera rareza: se trata de ¡Dios santo!, que recoge a la cervantina manera la vida y milagro de cientos de santos reales y ficticios. Una hagiografía ilustrada desternillante. Y eso que Portillo nunca fue religioso, pero le hacían gracia las vidas de algunos santos. "La religión es una patraña y, sin embargo, es lo que más condiciona al ser humano. También la guerra y el nacionalismo, que es un veneno, un verdadero cáncer de la humanidad". Hablemos de España. "Siento decirlo, pero vivimos en un país de imbéciles. Es un país que no tiene arreglo", se lamenta.

El reciente confinamiento no le ha hecho ni cosquillas. "Hace mucho que la mía es una vida monacal. Apenas salgo a la calle si no es para ir al médico. Pero aquí no me falta entretenimiento. Incluso viendo pasar los coches. Soy un fanático de los coches". Es lector habitual del Quijote, que considera el mejor libro jamás escrito. "Es una maravilla, un monumento. Está lleno de páginas inolvidables. Ya sólo los refranes de Sancho son magníficos. La gente tiene la idea de que el Quijote es un libro largo, pesado. Es una maravilla". De su vida no espera nada ya, apunta con temple. "No creo que vaya a ser un personaje muy longevo. Y no me importa". Siente que ha perdido su vida; que todo ha quedado irremediablemente atrás. "¿Qué hacía yo a los 18 años? ¿Con quién salía? ¿Tuve novia? No lo recuerdo". Cualquiera diría que todo lo que ha contado de sí mismo es pura ficción y Fernando Portillo no existe. Su mujer, Cristina, contradice esa tesis. Se queda en silencio Fernando Portillo, sonriendo hacia sus adentros, imaginando que se pone al teclado de un piano y se lanza a improvisar como en los tiempos del Portus, o incluso antes, cuando recibía la regañina de alguno de sus profesores porque no se ceñía a la partitura. A Portillo siempre le gustó volar libre, desnudo, como un hijo de la mar.