La semana pasada se encontró el cadáver de una mujer asesinada y emparedada en un piso de Torremolinos. Al parecer, llevaba más de ocho años encalada en un cajón de madera porque una mala bestia que no puede ser calificada de hombre la mató y confesó la ubicación de su cuerpo hace unos días, después de haber asesinado a otra mujer. También la semana pasada se informó de una violación grupal a una niña de 13 años en Badalona, otra más y he de admitir que yo he perdido la cuenta de a cuántas crías han destrozado en el último año la juventud -y quizá toda la vida- otros chavales en esa localidad en la que, a pesar de la campaña de su flamante nuevo alcalde, parecen convivir con problemas mucho más graves que la ocupación ilegal. En este mes hemos sabido también que un fulano que trabajaba como profesor de Universidad se ganó en redes sociales la confianza de una adolescente de 14 años de Albacete para que se fuera de su casa y secuestrarla. Y hace un par de días, el domingo, se informó del asesinato de otra mujer en Barcelona, «presuntamente» cometido por su pareja. De este caso, reconozco, he sabido cuando comprobaba que este país ya tiene que lamentar 22 víctimas por violencia de género en lo que va de 2023. Más de tres al mes. Tantas que ni nos enteramos. Es para sentir vergüenza.

A mí es lo único que me viene a la cabeza en esta recopilación de hechos ocurridos en un período tan corto que asusta y que, a la vez, evidencia que vivimos en una sociedad podrida, en la que no hay respeto alguno hacia las mujeres y en la que la educación en igualdad sigue siendo un fracaso. Pero, oye, tranquilidad: podemos seguir haciendo chistecillos, banalizando y quitando importancia a lo que es un drama colectivo. Aunque todavía haya quien no lo quiera admitir.