Diario de Burgos

Refinada Medea en el Teatro Real

Ilia Galán
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El gran escenario madrileño pone en valor esta ópera de Charpentier, dirigida por Wiliam Christie e interpretada por Véronique Gens, una de las piezas del barroco más valoradas

La obra del compositor galo en versión semiescenificada ha sido muy aplaudida.

Es un regalo para los amantes de la música de calidad poder disfrutar de programas como el actual organizado por el Teatro Real, ya que no se contenta con mostrar las piezas más habituales y gustadas del repertorio, como sucede con muchas de Verdi, Puccini, Bizet, Mozart o Wagner, entre otros, sino que de vez en cuando escoge algunas obras clave de la música occidental, de autores fundamentales que en ocasiones nunca llegaron a mostrarse por acá, ya que nuestro gran coliseo fue fundado en el siglo XIX, cuando la moda sonora de los siglos precedentes se había extinguido. Solo con las recuperaciones del XX y las que se suceden en nuestro siglo se ha podido vivir, comprender y disfrutar de uno de los principales autores del repertorio barroco y francés, menos conocido, salvo entre entendidos. 

Por primera vez se puede disfrutar, en el Teatro Real, esta gran ópera de Marc-Antoine Charpentier. A estrenos de obras tan especiales y refinadas no acuden en masa las celebridades que gustan mostrarse ante las revistas de moda. Sí quienes realmente gustan de la buena música, como Iñaki Gabilondo, los duques de Huéscar, Sofía Palazuelo, y su marido, Fernando Fitz-James Stuart, o la ahijada del rey Felipe VI, Victoria López-Quesada, bajo poderoso calor estival. Este estreno se une a otro que el Teatro Real hace en colaboración con los Teatros del Canal de la primera ópera escrita por una mujer, Francesca Caccini, La liberación de Ruggiero de la isla de Alcina, también pieza singular. No son comunes, pero sí muy interesantes. Aquí sucede como en las mejores editoriales, que junto a los best sellers para recaudar, apuestan por obras de gran calidad y prestigio que no atraen sino un minoritario público, escogido. Si no se llenan todas las localidades, al menos los que van son más entendidos, público también de calidad.

La Medea de Charpentier sigue a la estrenada en septiembre de Cherubini. Acertada estrategia de mostrar consonancias entre obras, a partir de un relato mítico que aparece en la Teogonía de Hesíodo, ya en el siglo VIII antes de Cristo, luego renovada por Eurípides, con el mismo título, recogiendo la epopeya de Apolonio de Rodas con su viaje de los argonautas. De las múltiples versiones operísticas de este texto, las más importantes son las dos que en poco tiempo se han traído al Real. En este caso, con un excelente libreto de un agudo y sutil autor teatral, miembro de la Academia Francesa, Thomas Corneille, hermano menor de Pierre, el clásico de las letras galas. De él dijo Voltaire que habría gozado de gran reputación de no haber sido por la sombra de grandioso hermano. Así, los asistentes pudimos gozar los argumentos, pensamientos sobre el amor, la traición y la psicología de un texto fundido con música refinadísima, considerada demasiado italianizante, frente a la del italiano Lully que, en cambio, supo adaptarse mejor a los gustos de la corte de Luis XIV, y le hizo perder el puesto de maestro de capilla del Delfín, por celos al unirse a Molière y su compañía teatral como músico al volver de Italia.

Minimalista

Es esta una música excelente, pero algo compacta, que para algunos pudiera resultar algo monótona, sobre todo en la parte vocal: no hay alternancia de recitativos o castratos, aunque hay coro. Debería haber entretenido ballet, pero aquí no se dio, pues se trata de una versión en concierto semiescenificada, si bien en un modo tan desarrollado que parecía más bien una ópera de escenografía algo minimalista. Muy divertida la algarabía infernal.

Ofrecida por uno de los conjuntos más prestigiosos en el repertorio barroco y clasicista francés, si no el más celebrado del mundo, Les Arts Florissants, nombre que toman de una de las óperas más célebres del mismo Charpentier, conocido sobre todo por su poderoso Te Deum, que durante años ha sido la sintonía de cabecera de las transmisiones de Eurovisión o el Concierto de año nuevo de Viena. Dirigido por su fundador, desde 1979, mito en la interpretación histórica, musicólogo, profesor, clavecinista, William Christie recibió un enorme y efusivo aplauso. Fue quien redescubrió y grabó más tarde esta obra, sacándola de su sepultura. Su grupo ha sido apoyado por mecenas y por el gobierno francés. Su excelente discografía y representaciones bien lo justifican y demuestran que las subvenciones a lo mejor son fructíferas.

Véronique Gens fue una Medea correcta, con cierto vibrato, pero manteniendo el dominio y destacándose especialmente en los agudos, pese a su edad en un papel muy exigente y donde esta temible hechicera tiene continua presencia. Actuaba un tanto acartonada, frente a un Jasón excelente, poderoso, en la voz de Reinoud van Mechelen que en otros tiempos hubiera sido más bien un tenor agudo que lírico, pero que cumplió muy bien su papel, como Ana Vieira Leite (princesa Creuse), maravillosa voz y actriz. El rey Creonte, Cyril Costanzo, gesticulante en graves, a veces parecía devorado por la orquesta o llegar apenas, pero cumplió. A medida que fue avanzando la obra, las voces, más que cansarse, se fortalecieron y consolidaron. El conjunto, adecuado al ambiente de época.

Esta partitura «italianizante», estrenada en 1693, no tuvo apenas repercusión, ante la desaparición de Lully y los que le añoraban, pero la está teniendo ahora, desde que se grabó en 1952 con la compositora y pianista Nadia Boulanger.

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