Diario de Burgos

La cosecha sigue su curso

B.G.R. / Burgos
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El instituto Félix Rodríguez de la Fuente retoma la plantación de habas con fines solidarios de apoyo a la investigación con la implicación de un centenar de alumnos. Han recogido unos 40 kilos

Estudiantes de la ESO posan orgullosos con el resultado de su trabajo, que continuará en septiembre. - Foto: Valdivielso

Las habas se plantan en septiembre y se recogen en junio, un periodo de tiempo que coincide, curiosamente, con la duración del curso. Si se siembran y cuidan bien se recoge una buena cosecha, al igual que «si un alumno acude todos los días a clase, está atento y trabaja, después también tiene su recompensa». Gregorio Gómez Pérez, profesor de Tecnología del instituto Félix Rodríguez de la Fuente, emplea este símil educativo para explicar lo que ha conseguido hacer más de un centenar de alumnos de la ESO tras implicarse en un proyecto que combina la tierra y la solidaridad.

Habas para la investigación, como así se denomina, nació hace cinco años de la mano del mismo docente, que trajo las semillas de esta legumbre de la huerta de su padre en Vileña de Duero. «Donde crecen habas, no sale mala hierba», explica rememorando las palabras de su progenitor. Se plantaron en una zona verde dentro de las instalaciones educativas y lo recogido con su venta se donó a www.apadrinalaciencia.org, una plataforma que promueve la investigación. Este apoyo, convertido también en objetivo con el fin de despertar la curiosidad científica entre los escolares, se mantiene intacto después de que la pandemia frustrara los planes de poder avanzar en el proyecto y extender la plantación.

Ha sido en este curso de la normalidad, que este jueves finalizó de forma oficial, cuando se ha retomado la iniciativa con más entusiasmo, si cabe, que en su arranque. Las plantas desaparecieron y la maleza se había adueñado del terreno, sin que esto supusiera hándicap alguno para los profesores y estudiantes involucrados, entre los que se ha producido la «sintonía» perfecta para cumplir dicho fin. De hecho, la plantación se ha extendido hasta ocupar más de 100 metros cuadrados donde «hace 60 o 70 años también había huertas», recuerda.

Había que preparar bien el terreno y se pusieron manos a la obra, descubriendo en algunos casos (en otros, no) lo que era y para qué servía una azada o un azadón. Se implantó un horario de trabajo ajustado a los recreos o a las guardias para cavar, hacer surcos y plantar las semillas. «Me gusta lo que tiene que ver con la tierra», asegura Rafael Rodrigues, de cuarto de la ESO, a lo que Sara Garcés, de segundo, añade el interés por una actividad que nada tiene que ver con las habituales de clase, mientras que José Félix Grijalvo, de tercero, muestra los callos de sus manos.

Han comprado mangueras para regar preocupados por que la sequía frustrara la cosecha, algo que, afortunadamente, no ha ocurrido. Se han recogido 40 kilos, vendidos en el propio centro a otros alumnos y profesores, así como a sus familias. Gregorio se planteó, incluso, poder acudir al mercado hortofrutícola del párking exterior del Alcampo. No fue posible, pero lo intentará el próximo curso.  

Junto a esta producción ha habido otra, la educativa, que ellos mismos valoran. Sara se queda con el hecho de haberse acercado al mundo de la agricultura y el trabajo cooperativo; Rafael, con la organización y el cumplimiento de los turnos, y José Félix con la responsabilidad de «hacer las cosas bien». Ellos sacan su propia lectura y el profesor valora con un 10 su participación, además de relatar las numerosas ventajas que se pueden extraer de este proyecto; desde la actividad física hasta la educación alimentaria, su integración curricular en distintas asignaturas (Tecnología, Biología o Matemáticas), y el fomento del espíritu de comunidad escolar que involucra a alumnos, padres y vecinos.