Es un lugar donde la historia te embauca, te conduce por sus rincones y te susurra sus secretos cuando pasas por su lado. En este marco se ha establecido una exposición anómala, una muestra que combina documentación e imágenes de algunos de nuestros orígenes. Porque la lengua que hablamos, con la que escribimos y nos comunicamos carga con varios siglos de experiencias. Con el castellano, grandes reyes crearon imperios, pequeños maestros educaron al mundo y muchos artistas supieron cuadrar sus palabras para hacerse con el corazón de las personas que lo poblaban.
El fotógrafo no compone con letras, su arte traspasa idiomas, culturas y civilizaciones. Y esta es una de las razones que pretende ilustrar esta ruta ubicada en la planta baja del Palacio de la Isla. Quiere movilizarnos, transportarnos en el tiempo, llevarnos a un lugar desconocido para saber cómo se expandió nuestro idioma en América. Gracias a documentos como el Codex Florentino sabemos que estuvimos. Desde 1492 hasta ahora. Con el peso de los años escribiendo páginas cada día desde entonces. Y en esta exposición, algunos de esos papeles que inmortalizaron el pasado se pueden visitar.
Pero hay lugares en los que parece que nada cambia. Que el tiempo es intangible. Que no hay relojes que midan el paso de los años, más allá de la muerte que se cobra las vidas de quienes pueblan estos lugares insólitos. En medio de la selva, son uno de los pocos reductos de naturaleza que le quedan al ser humano. Lejos de convenciones, de ideas preestablecidas y del veneno de la tecnología. Ellos son indígenas, nativos que se conforman con vivir su vida. Y, aunque un Nuevo Mundo se quisiera vencer contra ellos en el siglo XV, son capaces de mantener su razón de ser.
Pedro Saura, fotógrafo y aventurero, se lanzó a sumergirse en una de estas civilizaciones desconocidas. Desde 1983 hasta 1994 realizó varios viajes a Papúa-Nueva Guinea para retratar rostros y escenas nunca antes captados por las cámaras. Y parte de su resultado se puede disfrutar en este recorrido tan particular en el corazón de uno de los edificios más emblemáticos de nuestra ciudad.
Son fotos reales. Con un impacto inmediato en quien se atreve a enfrentarse a ellas. Es una experiencia que no deja indiferente. Porque parece mentira que en una sociedad en la que parece que nos podemos enterar de todo, haya personas viviendo tan felices sin saber nada. Es remontarse miles de años y ver que nada ha cambiado. Que la agricultura más primaria sigue dando de comer, que las cosas más simples son las que valen de verdad, que todo lo que no sea sobrevivir son complicaciones de más.
Es un viaje curioso, un duelo contra nosotros mismos. Son escenas de documental y mucha variedad. También son ritos, filosofías y costumbres. Al final son lo que cada uno quiera interpretar, porque cuando algo es un misterio, todo se reduce a tratar de adivinar.