Diario de Burgos

El ajetreo vuelve al pueblo por vacaciones

L.M. / Burgos
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Miles de personas empiezan a repoblar estos días, aunque sea de forma temporal, el medio rural burgalés atraídos por su tranquilidad, libertad y el 'fresco' de sus casas

Miles de personas empiezan a repoblar estos días, aunque sea de forma temporal, el medio rural burgalés. - Foto: Valdivielso

Hablar de verano es hacerlo de calor, vacaciones, playa, piscina, Grand Prix, mar, helados, Tour de Francia... pero también es hablar de pueblos. Y vaya que si lo es. En una provincia como Burgos, con 370 municipios (exceptuando la capital) y más de un millar de núcleos urbanos si se incluyen también las pedanías, raro es quien no aprovecha unos días para emigrar al medio rural y desconectar de la tediosa rutina.

Aunque durante los primeros compases de julio todavía no se alcanza el pico máximo de veraneantes, a partir de la segunda quincena -y sobre todo en el mes de agosto- las calles de cada localidad se llenan de mayores, jóvenes y niños. Para muestra un botón: en la fotografía de los vecinos de Rublacedo de Abajo que acompaña a este reportaje, tan solo una persona (la alcaldesa de la junta vecinal, Paula Soria) levanta la persiana allí los 365 días del año. El resto, mayores, jóvenes y niños, no tiene fijada su residencia en el pueblo. "Ahora da gusto salir a la calle y ver tanta gente, tanto ajetreo", reconoce Soria, que abrió tras la pandemia una bonita casa rural.

Este municipio de la comarca de La Bureba se trata de uno de los que mayor aumento de población sufre en los meses de verano si tomamos como referencia su censo (31 personas). Coincidiendo con la celebración de las fiestas patronales, San Lorenzo (10 de agosto), se pueden llegar a alcanzar las 166 personas según los datos del Ministerio de Política Territorial. Esto supone que en determinadas fechas se multiplique por cinco el número de habitantes que suelen ser habituales en sus calles. "Se duerme muy bien, mucho mejor que en Barcelona", reconoce una de las vecinas más veteranas, que no ha dejado de pasar largas temporadas estivales pese a residir a centenares de kilómetros de distancia durante el grueso del año.

Miles de personas empiezan a repoblar estos días, aunque sea de forma temporal, el medio rural burgalés.Miles de personas empiezan a repoblar estos días, aunque sea de forma temporal, el medio rural burgalés. - Foto: Valdivielso

Estos días ya son varias las cuadrillas de chavales que deambulan por sus calles y rincones. Algunas optan por la zona de las pistas polideportivas, otras por las inmediaciones de la iglesia y otras por el frescor que les ofrece el río Zorita. No obstante, todos coinciden en señalar lo "a gusto" que están lejos de la ciudad. "Ojalá tuviéramos el colegio aquí", comenta uno de los más pequeños.

Una estampa similar se reproduce en buena parte de los pueblos burgaleses, repletos estos días de visitantes y que retrotraen al medio rural a momentos de mayor bonanza. En La Revilla y Ahedo, a escasos kilómetros de Salas de los Infantes, se pueden llegar a concentrar hasta casi medio millar de personas frente al apenas centenar de vecinos que hay empadronados -muchos menos viviendo a diario-. ¿El porqué de este boom? Aparte de las fantásticas y envidiables vistas a la Peña Carazo o el encanto de esta pequeña localidad, la presencia de varios bares y sidrerías, unida a la de las piscinas, hacen de este pueblo formado por dos barrios un auténtico imán para vecinos y allegados.

Cercanía... y piscina. "Estamos a apenas 30 minutos de Burgos. Ya se va notando que empieza a venir más gente", afirman unos amigos que, como todos los años, coinciden la primera quincena de julio. Llegados desde Bilbao, Pamplona o Burgos, no fallan a la cita que les brinda la sombra de un sauce llorón y el agua a 18 grados de la piscina. "No estaríamos aquí tanto tiempo si no tuviéramos dónde bañarnos. Nos da media vida", aseguran. Y es que la influencia que tiene sobre ellos la zona de baño confiere a este núcleo urbano un plus sobre los de su entorno. Abiertas en la década de los años 70, antes incluso que las de Salas, cada temporada estival acoge a miles de vecinos en busca de un chapuzón que alivie las altas temperaturas.

Además de los oriundos que regresan al pueblo por verano, muchos son los llegados desde Hortigüela o de Barbadillo del Mercado que aprovechan estas instalaciones para pasar las largas y calurosas tardes de julio y agosto. El pico llegará en ese segundo mes, cuando se celebran las fiestas de los dos barrios. En el de Ahedo, con apenas 20 habitantes, la asociación está formada por 207 personas, todas mayores de 14 años. En el de La Revilla las fiestas no se desarrollan hasta finales de agosto, cuando la población se dispara.

Sin tantos servicios -el antiguo bar lleva cinco años cerrado- los vecinos de Rublacedo de Abajo aseguran que no les sobra tiempo para aburrirse. "En casa siempre tenemos cosas que hacer. Nunca perdemos el tiempo", aseguran dos mujeres. Con la carretera de Poza partiendo en dos el casco urbano, una improvisada plaza con tres bancos hace las veces de punto de encuentro.

"A partir de las 7 de la tarde empieza a venir la gente y nos tiramos hablando hasta la noche", indican los vecinos. Sin embargo, echan en falta poder tomarse una cerveza o un café: el antiguo local que dispusieron para tal efecto tuvo que cerrarse en la pandemia ante la delicada situación de su estructura. Ahora andan buscando financiación para acondicionar la casa escuela, aunque de momento no han conseguido reunir la suficiente como para arrancar las obras.

Los casos de Rublacedo de Abajo y La Revilla y Ahedo son solo dos de los miles de ejemplos de pueblos que con la llegada del verano reviven tras un largo letargo durante el otoño, el invierno y buena parte de la primavera. "Es una pena cuando nos vamos, pero para una persona mayor o un niño es imposible vivir aquí", coinciden en señalar varias mujeres del municipio de La Bureba.