Suele vestir completamente de amarillo (peto y camiseta) y muchos niños la conocen como la Pascuala. Cada año por estas fechas desde 2017 forma parte del elenco que interpreta Gigantones y Cía entre los paseos del Espolón y Marceliano Santa María. «Somos el servicio de mantenimiento del Ayuntamiento», explica Ori Esteban sobre su rol. Habla en plural porque junto a Fran de Benito, el Pascual, trata de resolver los problemas que surgen durante el espectáculo -único cada día, distinto cada año-. Ellos son los encargados de «sacar las fiestas adelante» y hacer disfrutar al público presente cada mediodía en los Cuatro Reyes.
Gigantones y Cía surgió con el objetivo de acercar a los burgaleses los personajes tradicionales de la ciudad en clave de humor. «Si los conocen, para que amplíen su conocimiento sobre ellos, y si no, para que los descubran». La propuesta de Ronco Teatro para los más pequeños ya es un clásico de los Sampedros y regresa con tres actuaciones: este sábado con el Pregón infantil, el viernes 30 (Rompecabezas imposible) y el sábado 1 (Aquí huele a chamusquina). «¡Habrá sorpresas!», dice Ori Esteban, e invita al público a no perderse las aventuras del alcalde y la alcaldesa, Timba y los Pascuales, el Tetín y el Cachidiablo...
Ella debutó en los Sampedros de 2007 con Gigantones, un proyecto de Ronco Teatro, en colaboración con La Mentira, que esa vez se desarrolló en tres escenarios: el Palacio de Justicia y las calles San Lorenzo y Santa Águeda. «Nervios hay siempre, pero con los años ganas experiencia y serenidad», expresa y recuerda que ya entonces se empezaron a repartir las fichas de los personajes de Burgos y una carpeta para coleccionarlas.
Tras pasar por la Escuela Municipal de Teatro, Ori Esteban se licenció en arte dramático en la Real Escuela Superior (RESAD) de Madrid, donde vivió 13 años hasta que regresó a Burgos. Lleva más de 20 dedicada al teatro, su pasión. Esa que le da inmensas alegrías, como en 2017, cuando recibió el Premio Max al Aficionado a las Artes Escénicas junto a la compañía Yeses, pero también algunos «sinsabores». «Es una profesión muy bonita, algo pasional, pero también muy dura», expresa la actriz burgalesa, que ha trabajado para Ronco, Líquido, Atópico, La Mentira, Ana I. Roncero... e incluso justo antes de la pandemia creó su propia compañía, Adalí Teatro, pero no funcionó.
«La incertidumbre laboral está ahí. Había meses en los que tenía dificultad para encajar ensayos, pero eso ha cambiado», admite, y aunque a veces piensa en tirar la toalla, al subir al escenario recobra la ilusión. «La energía que se crea con el público hace que merezca la pena».