Diario de Burgos
Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Pupilos

08/01/2024

En tanto nos resistimos unos días más a retirar el nacimiento, y el árbol, y las bolas de colores, y todos esos grandes y pequeños aderezos que han simbolizado en nuestra casita la celebración del misterio navideño, el periódico se afana en depositarnos de nuevo en la cruda realidad y nos informaba ayer de que los precios de los alquileres seguirán desbocándose en Burgos durante los próximos doce meses, a despecho de la Ley de Vivienda y después de que en 2023 ya creciesen lo suyo.

Con pocas noticias podríamos empezar peor el año: el acceso a la vivienda, un bien básico que se relaciona con el ejercicio de derechos como el trabajo y la educación, cada vez resulta más complicado en nuestra ciudad, en similar medida a lo que sucede en la mayoría de España, sumida en una espiral que afecta singularmente a los ciudadanos con sueldos más corrientes: según un reciente estudio de Fotocasa e Infojobs, los alquileres han subido un 51,4 por ciento en los últimos diez años, periodo durante el cual los salarios apenas aumentaron tres míseros puntos.

El desequilibrio entre el poder adquisitivo y los precios de la vivienda ha llegado a tal extremo que hace tiempo que nos hicimos a la idea de que muchos de nuestros hijos se verán abocados, quizás hasta entrada la cuarentena, a compartir piso con personas a las que les unirá poco más que la penuria económica. No hay sino detenerse a observar los modernos ardides publicitarios del sector inmobiliario, pues no existe síntoma más evidente de la precariedad que los esfuerzos que el mercado dedica a ocultarla a toda costa: el último grito lo constituye el invento bautizado como coliving, que se anuncia con donosura en internet como un sofisticado estilo de vida 'entre personas dinámicas y con ganas de confraternizar con otras de gustos similares' y que no es sino el ralo alquiler por habitaciones de toda la vida de Dios; eso sí, con derecho a cocina y otros espacios y servicios comunes, como el de lavandería, sin que acertemos a discernir en qué demonios se diferencia tan innovadora propuesta de aquellas añejas pensiones en las que nuestros abuelos se instalaban de pupilos cuando venían a la capital. A lo mejor es que ahora les recogen el 7 de enero los adornos navideños.