Sabemos por este periódico que en el último cuarto de siglo se han quintuplicado las personas mayores de cien años en Burgos, así que el Ayuntamiento tendrá que ampliar la partida presupuestaria que dedica anualmente a comprar mantitas para abrigarlas del frío de la edad, que a la altura de los cien años debe de hacer mucho frío. Con tan jubilosa noticia, las pastillas que recetan en el ambulatorio y tanto yogur con probióticos, nos estamos haciendo la ilusión de que vamos a ser inmortales, o casi, aunque al final, -siempre hay final-, se venga la muerte de la copla manriqueña tan callando y nos deje convertidos en estadística. Dice también este periódico que más de cien consultorios rurales tienen menos de diez visitas presenciales al mes, o sea, que los jóvenes no van, porque los jóvenes, en caso de haberlos, no necesitan jarabes y los mayores no quieren saber nada de médicos y cataplasmas; hacen mal, porque viejo que se cura, cien años dura. En estos tiempos, ya saben, habría que sustituir viejo por mayor, que además de ser palabra más acorde con la fina sensibilidad actual, engloba a las viejas, que son más longevas porque, ellas sí, se dan una vuelta por el consultorio médico para paliar achaques y goteras, que no hay vieja sin queja, aunque mujer enferma, mujer eterna. Pero ya decimos que nadie es inmortal y las vidas son los ríos que van a dar en el mar, que es el morir, por mucho que los centenarios rocen con sus dedos huesudos las más altas cotas de supervivencia habidas hasta la fecha.

Los supermayores, que así califica este diario a los centenarios, ponen en tela de juicio que no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista porque lo suyo es resistir, ver caer otoños hasta que el cuerpo aguante, ver pasar abriles solitarios, -tu soledad, abril, todo lo llena, dice el soneto de Rosales-. Se nos ha poblado la columna de centenarios que presumen de longevos recostados en las tapias de la primavera bajo soles novicios, desafiando al tiempo, asiéndose a la vida. Que el Ayuntamiento compre mantas para abrigarlos de las lunas y sus fríos blancos, de la soledad de abril, de los silencios, nuestras vidas son los ríos… 

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