Diario de Burgos

Amaia lleva la esperanza a Garganchón

F. TRESPADERNE / Garganchón
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Elena y Daniel, con su hijo Thao, se asentaron hace un año a esta pedanía de Pradoluengo en la que no nacía nadie desde hace 18 años. Hace quince días llegó Amaia para 'engordar' el padrón hasta los doce vecinos

Elena Ruiz, con su hijo Thao en brazos, nació en Lerma, y David Palacios, con la pequeña Amaia, es natural de Hontoria de la Cantera. - Foto: Luis López Araico

La mejor medida para frenar la despoblación y devolver la esperanza a los pueblos que entraron en declive hace décadas es la de encontrar jóvenes que estén dispuestos a asentarse en el medio rural y desarrollar su vida en él, aunque el trabajo lo tengan en la ciudad. Un buen ejemplo de repobladores son Elena Ruiz y Daniel Palacios, una pareja treintañera que hace cinco años apostó por vivir en un pueblo, el primero en Santa Cruz del Valle Urbión, y ahora en Garganchón, pedanía de Pradoluengo, que gracias a este asentamiento ha visto crecer el padrón hasta los 12 vecinos, «los que vivimos todo el año», matizan.

El matrimonio llegó con su hijo Thao, de tres años, y hace quince días inscribió en el registro municipal, sin abrir desde hace dieciocho años, a su hija Amaia, que llega para compartir juegos con su hermano, el único niño del pueblo y foco de las atenciones de los vecinos.

Con la llegada de Amaia, Elena y Daniel ven como su proyecto de vida se va asentando en un lugar en el que se siente unos privilegiados «porque aquí es donde queremos estar y que crezcan nuestros hijos», afirma esta pareja tras un año en Garganchón. «Desde siempre he querido vivir en un pueblo y ser autosuficiente en la medida de lo posible», afirma Elena, mientras contempla el huerto que tienen en unos bancales elevados y que construyeron con la madera de los suelos de la casa que reformaron y que fue el principal motivo del traslado de Santa Cruz a este pequeño pueblo. «En Santa Cruz no encontramos ninguna casa, a pesar de que los vecinos nos ayudaron porque querían que nos quedáramos, pero no hay casas y está todo muy caro y al final vimos esta en aquí, que tiene todo lo que queremos, y nos vinimos», afirma esta pareja que no está dispuesta a sacrificar lo mucho que les ofrece la vida en el campo, aunque ello suponga un esfuerzo extra, como el que realiza Daniel todos los días de labor.

Carpintero de profesión, este joven repoblador viaja todos los días al polígono de Villalonquéjar para trabajar en una empresa haciendo encimeras. Más de una hora y media de viaje, ida y vuelta, una circunstancia que no borra la sonrisa de Daniel mientras sostiene en brazos a Amaia, que en euskera significa 'la hija deseada' o 'final feliz'.

 Elena, que afirma con rotundida que la ciudad no es para ella, es masajista y acupuntora, además también practica la medicina tradicional china, y tiene una consulta en Burgos y otra en aquí, en el pueblo, «y eso me permite organizarme la agenda en base a mis niños», en especial a Thao, que todos los días viaja en taxi al colegio a Pradoluengo y que cuando llega a casa requiere mucha atención. «Este es su primer año en el colegio, pero ya conocía a la mayoría de compañeros porque vamos bastante a Pradoluengo para que socialice con otros niños», afirman sus padres. 

Aunque en Garganchón hay dos casas rurales, Elena yDaniel manifiestan que la vida es igual en invierno que en verano, «no se nota un incremento de la población, algo los fines de semana, pero se ve poco movimiento ya que vienen a hacer sus rutas, duermen y no tenemos contacto con ellos, al contrario que con los vecinos del pueblo con los que nos llevamos muy bien, estamos encantados y nos han recibido muy bien». 

Y no es para menos ya que han visto como después de casi dos décadas llega una nueva vecina, lo que hace pensar que el fenómeno de la despoblación es reversible si algunas parejas deciden dar el paso, nada fácil, que hace cinco años dieron Elena y Daniel, orgullosos de vivir en un pueblo donde han encontrado la tranquilidad que buscaban para ellos y una familia que sigue creciendo.