Diario de Burgos
Editorial

En el ecuador de una campaña electoral cada vez más enfangada

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La campaña electoral dobló ayer el ecuador con un debate de portavoces que volvió a dejar claro que más allá de propuestas concretas y de debates programáticos, nos hallamos inmersos en un cuadrilátero en el que importa más denigrar, al contrario que convencer con argumentos. En estos siete días de soflamas, los ciudadanos han visto atónitos como se sembraban dudas sobre el correcto funcionamiento del voto por correo, se dividía a las víctimas del terrorismo con el indigno y cruel 'que te vote Txapote' o, ayer mismo, se ponía en cuestión el resultado de todas las encuestas salvo de aquellas que dan como ganador al PSOE de Pedro Sánchez.

El asunto no iría más allá de un simple retrato de la bajeza en la que ha caído la política en general, si no fuera porque esa crispación se traslada de forma irremediable a la sociedad civil, con unas consecuencias futuras que, por ahora, son difíciles de predecir. Los mensajes que describen un escenario repleto de irregularidades, chanchullos y oscuros movimientos en las trastiendas van calando poco a poco en los españoles y provocan en un primer lugar un desapego hacia la política muy peligroso, pero también una falta de confianza en las instituciones que resulta mucho más difícil de contrarrestar. Las acusaciones veladas, las insinuaciones y los rumores suponen un letal antídoto contra la confianza, un ingrediente que resulta imprescindible para ensamblar a las sociedades democráticas y para garantizar su progreso. 

La teoría más extendida asegura que este enfangamiento de la política nacional obedece a la irrupción de sendas formaciones a la derecha e izquierda de PP y PSOE, respectivamente. Si bien resulta incontestable que tanto Vox como Podemos han estirado la dialéctica política hasta retorcerla, no lo es menos que los dos partidos mayoritarios se han sumado con gusto y dedicación a esta estrategia, como quedó reflejado en el cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. 

Lo que subyace en el fondo es la demostración de que los políticos en general tienen una peligrosa resistencia a creer en la mayoría de edad de la sociedad española. Con sus mensajes que apelan constantemente a los sentimientos, cuando no directamente a las vísceras, y nunca al raciocinio, no hacen, sino menospreciar a unos electores que cada vez añoran tiempos pasados en los que los representantes públicos eran capaces de debatir contraponiendo datos y no solo acusaciones. Ya solo los militantes más acérrimos, aquellos que repiten sin cesar en las redes sociales las proclamas de los líderes, parecen estar cómodos con esta nueva situación, quizá porque sienten que se comparte con ellos un protagonismo que de otro modo no tendrían.