Diario de Burgos
Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Dos Españas, un abismo y ningún terreno para el encuentro

16/11/2023

Supongo que cada gran confrontación parlamentaria es una constatación de que hay dos Españas (al menos dos) irremisiblemente enfrentadas. Nunca, quizá, como este miércoles. Los dos principales políticos de este país, el candidato a presidente del Gobierno y el líder de la oposición, no solamente tienen una visión diferente de la nación y dos estilos diametralmente opuestos: es que se aborrecen patentemente en lo personal. Y lo personal, como ocurre con las formas sobre el fondo, tiene gran importancia en política. Hasta por la literalidad de unos versos de Machado se enfrentan ambos: no hay el menor terreno de encuentro, y el país va, sin la menor duda, a sufrirlo. Ya lo está sufriendo.

Pedro Sánchez estuvo frentista --hora y media de invectivas contra la España 'de la derecha' frente a la de progreso--, agresivo, un punto cínico cuando achacaba a 'los otros' culpas que le podrían ser atribuidas. Y, si se me permite, también un pelín chulesco, desafiando a las leyes de la evidencia y, claro, a las hemerotecas. Sánchez es, sobre todo y además de muchas otras cosas, un pragmático, y sus propias afirmaciones lo corroboran: "las circunstancias son lo que son". Una frase que todo lo justifica, como la de 'hacer de la necesidad virtud', también empleada por él en ocasión anterior.

Pero su discurso es eficaz para la bancada propia, desconcierta a los de enfrente y sugiere promesas de una España mejor para una ciudadanía que necesita aferrarse a las viejas seguridades para salir de sus incertidumbres: "sin seguridad no hay democracia", dijo entre aplausos, provocando carraspeos en las bancadas de la oposición. Casi tantos carraspeos como cuando proclamó que "en la discordia no puede haber prosperidad". Fue, con todo, más aplaudido por los propios que abucheado por los ajenos, y la presidenta de la Cámara, Francina Armengol, solo tuvo que intervenir dos veces, es la verdad, pidiendo calma a Sus Señorías, que, por cierto, muy calmadas no estaban.

Imposible saber, en este contexto, cómo va a ser la Legislatura que este jueves, con la victoria por 179 escaños frente a 171 de su oponente Feijóo, va a iniciar formalmente un Sánchez que ni ha estado acomplejado por hallarse desde hace casi tres meses en funciones -de hecho, ha sobrepasado con mucho las atribuciones que le permitiría la Ley del Gobierno- ni tampoco se ha dejado apabullar por la evidencia, como, por ejemplo, cuando aseguró que la convocatoria electoral para el 23 de julio fue escrupulosamente constitucional, sin que nadie le rebatiese (hay que leer el artículo 115 de la Constitución para constatar que se violó palmariamente la letra de la carta magna). Hasta sacó a relucir el viejo espantajo del franquismo para acusar a Feijóo de aliarse con los 'franquistas' de Vox. Y es que también imagino que estas batallas parlamentarias son propicias para las salidas de pata de banco y los disparos verbales de sal gorda.

He sostenido reiteradamente que Pedro Sánchez es un fuera de serie en lo suyo. Un personaje para quien las líneas rojas constituyen casi un desafío deportivo para saltárselas, alguien a quien las hemerotecas, la realidad constatable, le resultan insignificantes incidentes en el camino hacia la gloria o, al menos, hacia la supervivencia. Alguien que desprecia tanto a quien se le opone que ni se molesta en eliminarle definitivamente de la carrera política: lo hiberna, para que vaya arrepintiéndose. Dibuja un panorama rosáceo de futuras realizaciones y te quedas con la sensación de que va a ser capaz de cumplirlas, al menos las de trámite, que las grandes falsedades se contienen solo en los grandes postulados. Los fundamentales, eso sí.

Juega con el transporte gratuito a los jóvenes, con las subidas de salarios mínimos, con las promesas de suprimir las listas de Sanidad, con la mejora de la vivienda para todos, con el arte de quien se sabe poseedor del 'Boletín Oficial del Estado' y del reparto de los fondos europeos, fuente de todo poder.

Luego está lo de la amnistía (sin citar en ningún momento por su nombre a Puigdemont ni a Esquerra, claro): creó la apariencia de que esta ley ha sido un trámite casi rutinario, que más que poner en cuestión a la Constitución, la potencia. Que más que agraviar, crea la concordia. Como si toda la nación estuviese tras una medida que solamente unos fanáticos ultraderechistas cuestionan. "La convivencia ha vuelto a las calles", proclamó, tal vez olvidando intencionadamente a los manifestantes de estos días pasados, y a los que este mismo miércoles trataban de llegar, exaltados, hasta las proximidades del Congreso, molestando, por cierto, a los periodistas que por allí andábamos.

Y aquí, en el terreno parlamentario, a Sánchez no hay quien le tosa. Sobre todo, un Núñez Feijóo, buen parlamentario, sí, que. aunque embravecido y obviamente enfadado, se atiene más a las reglas de la costumbre en las confrontaciones dialécticas. Sánchez es mejor jefe de la oposición a la oposición que Núñez Feijóo líder de la oposición al Gobierno. El de ambos, con sus respectivos apoyos, es un diálogo imposible, de besugos, sin esperanza. Y eso es lo que salió de la primera jornada de investidura: un reto a un futuro que nadie parece saber muy bien cuál va a ser.