Diario de Burgos

La joya de Santa Clara malvendida al Museo Británico

A.C. / Medina de Pomar
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Luismi Alconero desvela hoy en Medina de Pomar el origen del cáliz y cómo acabó en el Museo Británico

La bella Copa de Santa Inés fue cáliz en Santa Clara de 1604 a 1883. - Foto: DB

El medinés Luismi Alconero, delineante de profesión, esconde una enorme pasión por el arte, el patrimonio y la historia, que le ha llevado a investigar, entre otras, el apasionante periplo y cambios sufridos por el cáliz del convento de Santa Clara, también conocido como la copa de Santa Inés, en manos del Museo Británico desde que fue subastada en 1891 por el tratante francés que poco antes la había logrado comprar al monasterio. Hoy, sábado, la contará en el Ateneo Café Universal de Medina, a las 8 de la tarde, y también mostrará la maqueta tridimensional que ha creado y que muestra los cambios y modificaciones que ha ido sufriendo.

La joya de oro, perlas y esmalte fue mandada hacer por el duque de Berry en 1374 y concluida seis años más tarde. Iba a ser un regalo para el rey Carlos V de Francia, nacido un 23 de enero, día de Santa Inés y motivo del apellido de la copa, pero finalmente la recibió su sucesor, Carlos VI. Bien por expolio o por ir con la dote de su hermana, Catalina de Valois, quien se desposó con Enrique V de Inglaterra, la copa llegó ya a Inglaterra antes de su definitiva entrada en el Museo Británico. Ya en manos de la monarquía inglesa se convirtió en un regalo del rey Jacobo I de Inglaterra a Juan Fernández de Velasco y Tobar, quien participó en las conversaciones del tratado de paz entre España y el reino inglés. De su mano fue como llegó la pieza al monasterio medinés en 1604, donde permaneció, según explica Alconero hasta 1883.

Entremedias, en 1610 fue bendecida como cáliz por el Arzobispo de Toledo, pero «bien por un engaño del sacerdote Juan Campo o bien porque las monjas necesitaban dinero tras la desamortización de Mendizábal», esta joya acabó siendo malvendida en París a un tratante francés.

Llegó a celebrarse un juicio porque el último de los Velasco, Bernardino, reclamaba que no se había pagado un precio adecuado, «pero nunca exigió su regreso», lamenta Alconero, a quien también sorprende que la abadesa del momento declarara ante el juez que la copa no cumplía ninguna función sagrada, lo que permitía su venta. El tratante ganó el pleito y subastó el cáliz, que se llevó el Museo Británico por 13.000 libras esterlinas de 1891.