Diario de Burgos

Vidas marcadas: memoria contra el olvido

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Los policías Jesús Postigo y Raúl Santamaría fueron asesinados hace 40 años. Los autores: el criminal Rafael Bueno Latorre y su banda. El cabecilla huyó y no fue encontrado. Las familias abren su corazón para hablar de dolor, de vacío y soledad

A la izquierda, África, una de las tres hijas de Raúl Santamaría; a la derecha, Carmen, viuda de Jesús Postigo. - Foto: Valdivielso

Raúl Santamaría, de 33 años y padre de tres hijas de 2, 4 y 5, tuvo un presagio oscuro: el servicio que le habían encargado aquel 12 de octubre de 1983 entrañaba riesgos, como acreditaba el largo historial delictivo de Rafael Bueno Latorre, el criminal al que debía custodiar junto a sus compañeros Jesús Postigo y Sabino Quintana. La víspera invitó a sus padres a cenar con ellos. Fue como una despedida. «La vida no nos ha tratado nada bien. Hemos estado completamente abandonadas desde el atentado». Trinidad, la viuda, tenía 24 años. «Le rompieron todos los esquemas de su vida», explica su hija África. Depresión, medicaciones... Trinidad se hundió. Todavía es hoy el día en el que es incapaz de hablar con sus hijas del marido asesinado. «Eso nos hizo daño, porque nosotras buscábamos tener recuerdos de él, saber cómo era, conocerle, porque éramos muy pequeñas cuando lo mataron. Ella sufría y nosotras sufríamos. Ha sido muy, muy difícil nuestra vida. Durante mucho tiempo, mi hermana Azucena, la pequeña, buscaba a nuestro padre cuando veía algún uniformado, se nos caía el alma a los pies. Ha sido muy duro, muy duro», insiste. Las hijas tuvieron que saber por terceros que su padre era buena persona, un padrazo y buen compañero, amigo de sus amigos y policía vocacional (había sido también legionario).

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A Jesús Postigo, de 44 años, casado y padre de cuatro hijos, no le tocaba aquel servicio, pero había cambiado el turno para poder asistir a la celebración de las bodas de plata de unos amigos. No estaba, recuerdan los suyos, nada de acuerdo con la misión encomendada: tanto él como su compañero Santamaría habían manifestado la peligrosidad que entrañaba su cometido.Se sentían vulnerables, conscientes de que el tipo cuya habitación del hospital debían vigilar era un elemento de mucho cuidado, un tipo despiadado, cruel, sanguinario; capaz de cualquier cosa. No, no le gustó nada a Jesús tener que custodiar a aquel criminal, pero fue a cumplir la encomienda sin dudarlo, claro: era un policía vocacional. Para su desgracia, acertó con su negra premonición, encontrando la muerte porque los secuaces de Latorre le tirotearon en la habitación en la que el criminal se recuperaba de una herida autoinflingida que le había permitido salir de la cárcel.

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(Los testimonios completos, en la edición impresa de este domingo de Diario de Burgos o aquí)