Diario de Burgos

Cuando los carniceros fueron a la huelga

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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Hace cien años el Ayuntamiento y el gremio llegaron a un acuerdo que ponía fin al conflicto de años suscitado por el elevado precio de la mercancía en un Burgos asolado por la pobreza y la malnutrición

Durante el paro se dejaron de sacrificar vacas y terneras, no así carneros y corderos. En la imagen, varias reses junto a la Cartuja de Miraflores. - Foto: Archivo Municipal

Las primeras décadas del siglo XX fueron durísimas para la ciudad de Burgos. La pobreza estaba extremadamente generalizada y frente a ella las instituciones apenas ejercían la beneficencia y solo tomaban alguna medida de gran calado - aunque muchas veces, insuficiente- cuando veían peligrar la paz social con conflictos que no siempre llegaban de la mano de los más desfavorecidos sino que también tuvieron como motor a los industriales de la plaza. Un caso paradigmático de cómo el caos económico que se vivió en Europa durante y después de la I Guerra Mundial afectó a la situación local y de cómo el Ayuntamiento tuvo que poner coto a quienes querían hacer fortuna con la desdichada situación, fue la crisis que a lo largo de esos años estuvo latente entre los munícipes y los carniceros y que explotó con una amenaza de huelga que apenas tuvo unas pocas horas de duración. El 2 de agosto de 1923 -ahora se cumplen cien años- se llegó a un acuerdo entre las partes pero durante todos los meses previos no se hablaba de otra cosa. Fue un auténtico trending topic de los periódicos del momento. 

Por supuesto, Diario de Burgos  hizo un seguimiento puntual de lo que llamaba 'El asunto de la carne' y bajo ese epígrafe fue contando con detalle el precio del ganado, la postura de los carniceros -a los que aún no se les llamaba así sino tablajeros-, las amenazas municipales con multar a quienes no se atuvieran a los precios indicados y todo aquello que consideró de interés. Un seguimiento informativo que tenía ya tintes de periodismo moderno.

La cosa venía de lejos. Como recoge Carmen Delgado Viñas en Clase obrera, burguesía y conflicto social. Burgos 1883-1936, en el año 1891 y para controlar el precio de los productos cárnicos y que la población tuviera acceso a ellos ya que lo hacía muy escasamente -lo que se reflejaba en una mala salud, una elevada malnutrición y una alta morbimortalidad-, se estableció un banco regulador local que vendía carne de inferior calidad. Aún así, el gremio se puso de uñas y consiguió que se cerrara comprometiéndose a contener los precios. Como el asunto no se solventaba -seguía habiendo hambre y facturas desorbitadas-, en 1906 el Ayuntamiento vuelve con una fórmula parecida: instalar en el matadero público un 'rastro permanente', con precios asequibles lo que provocó un nuevo boicot de los comerciantes, que lo atacaron poniendo en duda sus condiciones higiénicas.

En este tira y afloja eterno se llega a la década de los 20 con unos precios disparados debido a la Gran Guerra: «Fue a partir de ese momento -cuando el producto era inasequible ya para las clases obrera y media-, cuando la Corporación  empezó a intervenir restableciendo el banco regulador y adquiriendo animales para ser expendidos directamente (...) pero los verdaderos problemas surgieron a partir de 1921 por la resistencia de los carniceros a bajar los precios cuando ya se había iniciado la caída de los costes del ganado en los mercados nacionales e internacionales», explica Delgado Viñas en su libro.

Al año siguiente el Ayuntamiento obliga a los carniceros a bajar 30 céntimos el kilo de la carne pero ellos apenas descendieron 20 y no de todas las clases, un auténtico órdago al que le siguieron multas y frente al que se estimuló al público a denunciar. Y ya estamos en 1923 con una nueva exigencia municipal de rebajas y una real amenaza de huelga. 

La guerra... El 25 de abril, en una entrevista a este periódico, el alcalde, Manuel de la Cuesta, se mostraba optimista con respecto a la resolución del conflicto: «No hay que temer, no debe preocuparse el vecindario. Aquí se quiere plantear un conflicto y el momento no llegará. Para evitarlo he tomado toda clase de precauciones y los tablajeros que tienen puestos en el Mercado Cubierto y que anuncian que secundarán la huelga han sido despedidos de los mismos, pues nos hace falta vender el Ayuntamiento la carne y tener abastecida a la población», explicaba el regidor.

A renglón seguido,  aclaraba cuál era el meollo de la cuestión: «Lo que se pretende es elevar el precio de la carne al que tenía durante la guerra europea y eso no puede ser porque sabido es de todos que el ganado ha experimentado una considerable baja que deja a los tablajeros un margen de ganancia de bastante importancia». Al día siguiente anunció en el Ayuntamiento que había devuelto el oficio de huelga por no ajustarse a la ley, es decir, que prohibía la convocatoria y se mostraba muy beligerante: «Si quieren paz, paz tendrán, pero si desean la guerra permaneceré para hacer frente a ella en mi puesto de la Alcaldía todo el tiempo que sea necesario».

Las espadas estaban en alto. Y como DB escuchaba a todas las partes, dedicó larguísimas columnas a atender las razones de los carniceros y sus cuentas, que fueron prolijamente explicadas. Empezaron por negar, como se había dicho, que estaban confabulados con los panaderos, que también andaban levantiscos en esos mismos días: «Antes de que ese gremio presentara su oficio de huelga, nosotros ya habíamos solicitado del señor gobernador el justísimo aumento a que tenemos derecho puesto que de un mes a esta fecha han subido los bueyes».

El caso es que el 27 de julio anunciamos en estas mismas páginas que comenzaba el paro... aunque con algún matiz: « La mayoría de los tablajeros pone en conocimiento del público, que el domingo próximo dejarán de sacrificar vaca y ternera, pero que continuarán sacrificando y vendiendo en sus establecimientos carnero y cordero, en cantidad suficiente para abastecer a la población». A quien cometió tal osadía le costó una multa de 250 pesetas de parte del gobernador civil, que consideró  esa actitud contraria a la ley. 

 Pero el gremio, erre que erre, y en un gesto singular ofrecía matar a los animales y echar cuentas a la vista de todo el mundo para acreditar sus pérdidas. Así lo contaba DB: «Para que el público vea que con el precio a que se les obliga a vender, la pérdida es inevitable, no ven inconveniente ninguno en que se sacrifiquen cuatro o seis bueyes y otras tantas terneras y despacharlo al público, y si hay pérdida sea de cuenta de los tablajeros y si hubiese ganancia, ingresarla en cualquier centro benéfico. Esta prueba puede hacerse fácilmente, puesto que para las operaciones pueden las autoridades nombrar personas de su confianza para fiscalizar». 

...Y la paz. El Ayuntamiento, como ya había anunciado, colocó sus propios puestos de venta de carne para amortiguar la huelga y Manuel de la Cuesta se vangloriaba de ello en estas páginas. «¿Conflicto? No existe», decía el 30 de julio. Tres días después se firmó la paz, que fue transcrita literalmente en DB: «En la ciudad de Burgos a 2 de agosto de 1923, D. Wenceslao Rodríguez, presidente del Gremio de Carniceros de esta capital, en representación de los mismos y a los efectos de dar por terminada la huelga planteada por estos industriales, que dejaron de sacrificar carnes de vaca y ternera por estimar lesivos a sus intereses los precios establecidos por el señor alcalde presidente en quien delegó plenamente a este efecto la Junta de Subsistencias y Abastos, acepta para la venta desde el día de mañana  los precios que han de regir en todos los establecimientos de la población».