Burgos no es Madrid, ni Barcelona, ni Mallorca, ni Málaga. Eso ya lo sabemos, me dirán ustedes y tienen razón. Pero quiero ponerlo por delante antes de entrar en la polémica actual desatada en varias ciudades sobre si hay que poner límites al turismo y cuáles son las líneas rojas que no debería atravesar una ciudad para garantizar que, además de visitantes, haya vecinos que puedan vivir allí.

A la capital burgalesa, y a todas las de Castilla y León, les queda mucho trecho para llegar a ver a los turistas como un problema, sin embargo, haríamos bien en escarmentar en cabeza ajena y tomar nota de lo que está pasando en otros lugares para adoptar medidas que impidan que algún día puedan producirse en nuestras ciudades similares circunstancias. Como dije antes, la distancia es grande, pero la proliferación de viviendas turísticas puede perjudicar de forma grave al mercado de alquiler o sacar a los vecinos de algunas zonas céntricas, especialmente en el casco histórico.

Para evitarlo es momento de ponerse a trabajar y, precisamente, la elaboración de un mapa de pisos turísticos a través de un programa informático, proyecto que pretende llevar a cabo el Ayuntamiento de Burgos, me parece muy necesario y apropiado para controlar un fenómeno que en otros lugares ha sobrepasado todos los límites. Ni que decir tiene que los turistas no son los enemigos, sino una fuente de riqueza que genera empleo en un sector importante para la provincia (hoteles, restaurantes, comercio, etc.). Por ello, en este caso, es importante ponerse la venda antes de que llegue la herida y prepararse para regular un turismo que, en caso contrario, podría perjudicar incluso al patrimonio de la ciudad.