Diario de Burgos

Restauran la lobera de Huidobro, la más antigua de Burgos

R. PÉREZ BARREDO / Huidobro
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Esta trampa para cánidos, que data del siglo XVI, es una verdadera joya etnológica, un patrimonio cultural que debe ponerse en valor

Imagen de una de las dos paredes de la lobera que cercaban al lobo y lo empujaban hasta el foso. - Foto: Alberto Rodrigo

La larga pendiente, escoltada por robles, hayas y cascorros, se precipita vallejo abajo; ahora, de nuevo, la gran construcción de piedras que el olvido y la desidia hizo apenas perceptible vuelve a identificarse perfectamente: los muros lucen casi como antaño, y es posible que todavía hoy algún lobo frecuente la zona sin intuir -o sí, quién sabe, son siglos de persecuciones, y el sexto sentido del riesgo y la supervivencia pueden estar interiorizados- que ese recinto que desciende por la Hoya de Huidobro y que concluye en un foso ya no se utilice para dar caza a los suyos. Tras décadas de abandono, la impresionante lobera de Huidobro, conocida también como Corral de los Lobos, ha sido adecentada: buena parte de sus muros se han reconstruido, aunque posiblemente no con la altura original, si bien el foso -la trampa final a la que se intentaba encaminar al cánido- se halla colmatada y no puede apreciarse la altura que impedía al animal zafarse de la celada.

La lobera de Huidobro es una de las más antiguas de la provincia, y el hecho de que haya sido arreglada pone de manifiesto el valor que tiene este patrimonio etnológico. Y lo que éste explica, al cabo: cómo los hombres que habitaron estos pagos se organizaron para enfrentarse al principal enemigo de su modo de vida; un ejercicio de supervivencia frente a una amenaza siempre constante. Como explica la investigadora Judith Trueba Longo en su libro Loberas en la comarca de Las Merindades, el declive de estas trampas para cazar lobos se produjo hacia la mitad del siglo XX, «lo que ha repercutido de forma negativa en la conservación de estas imponentes construcciones conformadas por dos largas paredes construidas con piedra a hueso y sin retocar, con una altura que oscila entre los 2 y los 3 metros, que convergen, a modo de embudo, en un foso excavado en el suelo con muros de piedra donde caía el lobo tras ser acosado durante una batida».

Estos fosos solían tener una profundidad de entre 3 y 4 metros, lo que hacía imposible que, una vez dentro, el lobo pudiese escapar. De acuerdo con su función principal, explica Trueba, este tipo de trampas, de las que se localizan una docena en el norte de la provincia, «se hallan emplazadas en pleno monte, en lugares por donde habitualmente pasaba el lobo y en ocasiones, también personas, carros y ganado.

Así funcionaban las loberas.Así funcionaban las loberas. - Foto: Alberto Rodrigo

Esta circunstancia hizo que en las dos paredes que forman estas construcciones se abrieran puertas -cortes que rompen la continuidad de los muros- que en los días de batida eran cerradas con palos dispuestos en sentido horizontal y vigiladas por cazadores apostados en ellas».

Otra caractetística que destaca la investigadora es la perfecta adaptación de estas trampas a la topografía del terreno en el que se ubican y que, en el caso de esta de Huidobro, constituye un ejemplo perfecto. «Toda la construcción se desarrolla a lo largo de laderas de acentuado declive, siendo el foso el punto más bajo de la pendiente y por ello, de difícil visualización para el lobo (...) Para reforzar la efectividad de estas trampas, la parte superior de las paredes se encuentra rematada con piedras que sobresalen a modo de visera o alero, impidiendo con ello el salto y la consecuente huida del lobo. Asimismo, algunas de las loberas presentan en el centro del foso un amontonamiento de piedras cuya función era también la de evitar que, una vez dentro, el lobo tomara impulso y saltara fuera del mismo».

En ocasiones, durante una batida, el foso se camuflaba con ramas con el objetivo de que el lobo no viera el hoyo. «La altura que hay entre el fondo del foso y la coronación de los muros que conforman esta estructura oscila entre los 3 y los 6 metros, siendo más elevados los muros laterales que prolongan el desarrollo longitudinal de las paredes de la lobera. Por su parte, el muro del foso opuesto al callejo levantaba menos de 1 metro con respecto al suelo exterior, lo que inducía al lobo a creer que franqueando ese punto lograría la escapatoria».

Panorámica desde el hoyo de ambas cercas de piedra que nacen arriba, en el monte.Panorámica desde el hoyo de ambas cercas de piedra que nacen arriba, en el monte. - Foto: Alberto Rodrigo

El Corral de los Lobos es considerado por esta historiadora como la lobera más antigua de la provincia «si tenemos en cuenta el escaso desarrollo de sus paredes: 205 metros para la pared este y 260 metros para la oeste, la forma circular, tanto al interior como al exterior de su foso, y la ausencia de cabañuelas [pequeños abrigos o refugios de piedra que albergaban a cazadores que esperan escondidos al lobo para hostigarle e impedir que retrocediera en su carrera hacia el foso]». Recoge en su libro Judith Trueba que existe un documento del siglo XVI correspondiente al Consistorio de Poza de la Sal en la que se habla de una aportación económica para ayuda de facer los alares (aleros de las paredes e foya (foso) paa los tomar e matar en los montes de Porquera y Haedo, localidades próximas a la lobera». El foso de la lobera de Huidobro es circular y tiene un diámetro de 11,20 metros. «Resulta curioso que las dos paredes arranquen del mismo precipicio, prolongándose después en convergencia hasta llegar al foso (...) Su originalidad y el alto valor arqueológico (abundancia de enterramientos megalíticos) y natural (Hoya de Huidobro) del entorno en el que se halla situada, refrendan la restauración de esta curiosa construcción, levantada, probablemente, en el siglo XVI».

Patrimonio cultural. Para Judith Trueba, «la construcción de estas grandes trampas se debe al esfuerzo colectivo llevado a cabo por los habitantes de los núcleos rurales más próximos a las loberas y esto, junto con el perfecto conocimiento de las costumbres de la presa, materializado en el emplazamiento y diseño de estas construcciones, hace que nos encontremos ante auténticas manifestaciones de la cultura popular que es preciso conservar y divulgar en tanto en cuanto forma parte del Patrimonio de la comarca de Las Merindades. Este hecho, unido a las enormes posibilidades que poseen estos recursos de cara a su utilización como reclamos turísticos localizados, además, en entornos naturales de gran valor ecológico y paisajístico, refuerza la necesidad de su preservación y matenimiento, ya que pueden contribuir al desarrollo social, económico y cultural de un área cuya personalidad histórica merece ser potenciada y difundida».

El foso se encuentra colmatado, pero tenía una profundidad de casi dos metros.
El foso se encuentra colmatado, pero tenía una profundidad de casi dos metros. - Foto: Alberto Rodrigo

La citada obra de Trueba Longo viene prologada por un brillantísimo texto del antropólogo Ignacio Fernández de Mata, que pone el foco en la importancia de preservar y estudiar este patrimonio etnográfico de enorme valor. «La organización social antilobuna viene recogida desde antiguo en ordenanzas concejiles que señalan modos de actuación, responsabilidades, estrategias, competencias y multas por incumplimientos. Es en ellas donde encontramos las primeras referencias documentales a las loberas, construcciones que por su envergadura, localización y diseño serían impensables de no contar con el apoyo firme de la comunidad que se hace presente en un terreno plenamente intervenido por el hombre (...) Las loberas, con sus estratégicas ubicaciones, sus muros de cientos de metros de longitud, sus cabañuelas, profundos fosos... revelan la presencia de una comunidad reivindicadora del espacio, en este caso no frente a los hombres, sino frente a lo salvaje. El trabajo de Judith Trueba incide en estos sentidos de lo comunitario, en el valor de estas construcciones y en la mirada que sobre tales restos debemos proyectar: más que exóticos elementos del pasado, las loberas precisan de la comprensión de la tensión y lucha por la supervivencia que revela la potencia de sus muros, la necesidad de la colaboración de sujetos y comunidades ante panoramas de constante amenaza y riesgo de carestía. Como elementos patrimoniales, las loberas de estos valles representan un conjunto de innegable valor (...) y la expresión material de un estilo de vida social desaparecido».