Diario de Burgos

Cien años ya no son nada

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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El número de centenarios en la provincia se quintuplica desde que empezó el siglo. En la actualidad son 229, de los que el 80% son mujeres. Nori acaba de entrar a este selecto club y está muy bien de salud, hasta se permite un vermú de vez en cuando

Timoteo Alonso (en diciembre hará 104 años), Petronila Manrique (a punto de hacer 103), Domitila Alonso (100 en unos días) y Basilio González (103) en la residencia Cordia, donde viven. - Foto: Alberto Rodrigo

En lo que va de siglo, el número de burgalesas y burgaleses que han superado los cien años se ha quintuplicado. En 2000 fueron 45 y el pasado año, 2023, 229, de las que 189 (el 82,5%) fueron mujeres, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). La feminización de la longevidad es un fenómeno que se mantiene en el tiempo. De hecho, los varones no han llegado en ningún año del siglo XXI a ser ni un tercio del censo de súpermayores.

El gran salto en el número de centenarios se produjo en el primer año del siglo. Se pasó de 45 en el 2000, como ya se ha dicho, a 103 en el 2001 y desde entonces fue creciendo año tras año. En 2018 y 2019 se experimentó un ligero descenso, pero la tendencia creciente volvió a aparecer en 2020, año en el que a pesar de la pandemia por covid se registraron 201 centenarios, que fueron 206 al año siguiente y 224 en 2022.

Nori es una nueva integrante del club de los cententarios. En su casa huele a gloria. Hace apenas unas horas que cumplió nada menos que cien años y las personas que la quieren -que son muchas- le regalaron varios centros de flores que han convertido su salón en un jardín. También llegaron jabones, colonias, chocolate... y besos y abrazos. El 18 de abril fue muy especial para esta mujer, de la que nadie diría que ha cumplido una edad tan provecta. Recibió «más de cien llamadas de teléfono, hasta de Estados Unidos» y no solo su familia se volcó con ella sino que también recibió un homenaje de buena mañana, y tras la misa a la que acude todos los días, en la Sagrada Familia. «El cura dijo que de mayor quería ser como yo», cuenta, muy sonriente y sentada al lado del ventanal desde el que cuando sus múltiples actividades se lo permiten le gusta ver pasar la vida y escuchar el ajetreo de la calle.
Lleva el pelo impecable, que ella misma se arregla, pues no en vano fue peluquera durante décadas, un oficio que empezó a ejercer en su localidad de origen, Moneo, desde la que iba en bicicleta a peinar a las mujeres de los pueblos de al lado cuando era apenas una cría. «Aprendí en la barbería que tenía uno de mis hermanos y luego fui a Madrid a sacarme el título y siempre tuve peluquería en casa», recuerda.
Su salud es fantástica. Solo toma una pastilla para la tensión, se permite de vez en cuando un vermú y comer con un poquito de vino y sigue siendo muy autónoma apoyada en su andador. Vive sola aunque nunca le faltan visitas de hijos, nietos y biznietos, cocina de maravilla (para la comida de su cumpleaños preparó una ensaladilla rusa que le salió fantástica), va a la compra y no solo por el barrio sino que se atreve a acudir a una gran superficie «y venir muy cargada», siempre va muy arreglada, manicura incluida, y rebosa energía.

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