Diario de Burgos

¡Oh capitán, mi capitán!

R. PÉREZ BARREDO / Frías
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La ciudad de Frías celebra su fiesta más tradicional entre la emoción y el entusiasmo de sus vecinos y la curiosidad de los turistas que siempre visitan esta villa de cuento

El capitán revoloteó el estandarte con soltura y destreza. - Foto: Iván López

Ni siquiera en los más fantásticos cuentos de príncipes y princesas, de castillos medievales, de luchas entre dragones y guerreros, sería posible imaginarse como decorado de la historia un lugar tan hermoso como Frías.Su siempre sugerente perfil de barco varado en mitad de un valle bañado por elEbro sorprende a cualquiera: no extraña que la ciudad más pequeña de España sea un referente turísticos durante todo el año, más aún con la llegada del bueno tiempo; pero mucho más si está celebrando sus fiestas, que conmemoran la proeza del audaz joven que lideró la defensa de la villa del asedio feroz de un conde sin entrañas. La Fiesta delCapitán se vive con orgullo en Frías. Y con un entusiasmo conmovedor: los vítores que reciben los principales protagonistas (el capitán y los danzadores que lo acompañan al ritmo de las dulzainas) llegan a emocionar incluso al más forastero.

«¡A la salud del Capitán y su acompañamiento, que Dios le guarde por muchos años. ¡Que viva!», exclama siempre uno de los danzadores que escoltan al Capitán en su recorrido por las calles y el entorno de Frías.Y el capitán, este año representado fabulosamente por Ernesto, que revoloteó la pesada bandera con tanta soltura como destreza, se convierte en el gran símbolo de todos los fredenses, que acompañan a la comitiva en su deambular por las angostas y empinadas callejas de la villa, por la llanura que se abre peñón abajo, hacia el río, para cruzarlo por su bello puente y regresar de nuevo, entre la expectación de todos, a la ciudad de ensueño y cuento de hadas.

Cantan coplas las alegres muchachas de la ciudad acompañando a la comitiva: Con vuestro permiso/ Señor Capitán/ mozas y casadas/ vamos a cantar. El público aplaude, saca fotografías, realiza vídeos para inmortalizar la fiesta.Siguen cantando las mujeres: Del Ebro al castillo/ resuena un cantar/ vivan los de Frías/ y viva San Juan. No cesan de llegar gentes a Frías. Ya comienzan a ocupar las terrazas de los establecimientos hosteleros; ya se acerca la hora sagrada del vermú pero el centro de todo es su capitán y su corte y su festivo cortejo de música y alegría. Alza la bandera/ señor capitán/ que el sol con sus rayos/ la pueda besar, siguen cantando como una letanía.

Y el capitán que es Ernesto lo borda en la plaza, arriba; aunque exhausto por haber aleteado tanto el gran estandarte, remata su última secuencia con enorme precisión, manteniendo firme el pulso, concentrado, consciente de que todas las miradas están posadas sobre él, en la armonía de sus brazos, en esa danza atávica que estos realizan con el mástil.La ovación, al concluir, es cumbre. El propio capitán se abraza emocionado con sus danzantes, que también han hecho un esfuerzo ímprobo, entregado, pura pasión la de estos muchachos saltando y bailando en torno a su líder. «¡A la salud del Capitán y su acompañamiento, que Dios le guarde por muchos años. ¡Que viva!». 

El orgullo de una ciudad. Y los vivas se mantienen en el aire espeso de la mañana, y su eco se reparte por las callejas sin tocar el empedrado, y se cuela en las casas de la increíble ciudad, en sus adornados balcones, en sus umbrías esquinas, en las verdes praderas que rodean su caserío, y sube por el castillo y se retrepa al torreón que parece el mascarón de proa de un buque de piedra soñado por un niño. Y de ahí al cielo de la historia, de la memoria y del verano recién inaugurado que ardió en la noche de San Juan con el fuego de la eternidad y el recuerdo de los versos luminosos y siempre épicos del viejo Whitman. ¡Oh, capitán, mi capitán!