Diario de Burgos

Un centro educativo que da mucha... pero que mucha vida

L.N. / Aranda
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Los alumnos del Conde de Aranda, que celebra su 40 aniversario, destacan la cercanía y paciencia de los profesores

Un centro educativo que da mucha... pero que mucha vida - Foto: L.N.

Cuarenta años dan para mucho. Que se lo digan a alumnos y profesores del Centro de Educación de Personas Adultas Conde de Aranda. El curso que ahora llega a su fin lo hace con la satisfacción del deber cumplido y, sobre todo, con 40 velas sopladas en la tarta del aprendizaje continuo sin importar la edad. Porque este centro, como reconocen sus propios estudiantes, es mucho más que un lugar al que acuden para formarse ya sea en informática, inglés o historia del arte. «A mí me ha dado vida», remarca María de los Ángeles Merino, de 78 años, y alumna de diversos talleres durante los últimos 14 cursos. 

No es la única que se pronuncia en esos términos. A su lado, Silverio Valle, de 64, asegura que lo importante, más allá de las aulas, radica en la vida social de la que se empapan. «Vienes y tienes la cabeza ocupada. No es tanto lo que aprendes como el hecho de socializar y conocer a más gente», defiende, mientras agradece la paciencia y cercanía de los profesores. 

El centro, que en la actualidad dirige Maribel Quijada, ha posibilitado que multitud de personas que apenas pudieron estudiar en su día por tener que trabajar para salir adelante hayan encontrado una oportunidad.

Esther Moneo ha realizado el curso de enología, con unas 350 horas de formación. Esther Moneo ha realizado el curso de enología, con unas 350 horas de formación. - Foto: L.N.

Ahora, entre unos niveles formativos y otros, suman alrededor de 600 estudiantes. Los hay que optan por obtener el grado de Secundaria, otros que se presentan a las pruebas libres para ciclos de grado medio, sin olvidar los cursos de español para extranjeros o los talleres de psicología, historia del arte, memoria, matemáticas, alimentación, nuevas tecnologías o cultura musical.

A ellos se suma otro de enología, en el que ha participado Esther Moneo, una arandina que ha regresado a sus raíces después de toda una vida en Madrid y que ha decidido formarse en algo muy ligado al terruño en la Ribera del Duero.

«Conocía el centro por mi madre, que es alumna de arte durante muchos años, pero desconocía la gran cantidad de talleres que promueven cada año y me parece una maravilla. Creo que es una oportunidad única», asegura. Porque, como defiende Moneo, de 49 años, el aprendizaje debería ser continuo a lo largo de la vida. Algo que también defienden Silverio y María de los Ángeles. «Quiero seguir, es muy entretenido», dice el primero. A lo que la segunda añade: «Siempre aprendo algo». A su lado, Alberto González, de 19 años, les mira atentos. Se está sacando el título de la ESO y ellos le animan: «Aquí tienes un futuro». 

Silverio Valle acude a clases de informática y tiene idea de continuar formándose todo lo que pueda. Silverio Valle acude a clases de informática y tiene idea de continuar formándose todo lo que pueda. - Foto: L.N.

Esther Moneo, estudiante de Enología

"Decidí formarme en algo tan ligado a mi tierra como el vino"

Esther Moneo es una de las tantas personas que, tras la pandemia, ha decidido dejar Madrid y volver a sus raíces, a su casa, a Aranda de Duero. Cuenta que se siente muy de aquí, pero que el desconocimiento que tenía de algo "tan ligado a nuestra tierra como el vino" le ha llevado a formarse en enología. De ahí su presencia en el Centro de Educación de Adultos Conde de Aranda. "Contaba con la cultura del vino que se puede tener, pero sin mucho conocimiento", relata. Empezó participando en catas una vez al mes. Le hablaron del curso de enología y de la profesora que lo imparte y no se lo pensó dos veces. "Tuve la suerte de ser admitida y la verdad es que salgo de aquí sabiendo más de lo que sabía en septiembre", asegura.

Moneo, de 49 años y con dos hijas, se dedica al mundo del turismo. De hecho, se muestra agradecida "enormemente" por toda la experiencia que ha acumulado en este ámbito a lo largo de los últimos 25 años. Ahora suma a su mochila de conocimientos el sinfín de matices que aporta la enología. Es consciente de que el vino se enmarca dentro de un mundo laboral muy amplio y ella cuenta con experiencia en ferias internacionales, habla cuatro idiomas y admite que "quizá" todo lo relativo a las exportaciones representa un hueco en el que se podría encontrar a gusto a nivel laboral. "Me parece maravilloso el concepto de seguir formándote siempre. El aprendizaje continuo es algo que trato de inculcar a mis hijas. Es decir, que no acaba cuando termina el curso ni consiste en vomitar en los exámenes", defiende. Tras su vuelta a Aranda hace un año y medio, Moneo asegura que ha logrado "un equilibrio buenísimo".

Merino posa en la biblioteca, uno de sus lugares favoritos en el centro. Merino posa en la biblioteca, uno de sus lugares favoritos en el centro. - Foto: L.N.

Silverio Valle, alumno de cultura general e informática

"No es lo que aprendes, sino el tiempo que pasas con la gente"

Silverio Valle ha regresado este curso al Centro de Educación de Adultos Conde de Aranda. Su primera estancia se remonta a los años 90. Él trabajaba como conductor de autobús y, casualidades de la vida, llevó de excursión a Niza a un grupo de alumnos y profesores de esta escuela. Les preguntó cómo funcionaba y, poco después, se apuntó. Lo que no se imaginaba es que allí conocería a la que hoy es su mujer, con la que este año ha celebrado el 30 aniversario de bodas.

Ahora, con 64 años y tras jubilarse, ha decidido volver al Conde de Aranda. Pensó que tenía que emplear en algo productivo su tiempo y "recordar todo lo que aprendí de chaval la verdad es que me resulta entretenido", asegura. Se ha apuntado al curso de Cultura General y también a Informática, porque reconoce que anda "un poco perdido con las nuevas tecnologías". Así que ahí está, entre clases de historia, lengua, matemáticas, ciencias sociales e inglés, que, según dice, no se le da mal.

Alberto González es de los benjamines del Conde de Aranda. Alberto González es de los benjamines del Conde de Aranda. - Foto: L.N.

"No tenemos exámenes. Vengo por placer, por tener la cabeza ocupada", remarca Valle, que acude al centro de adultos de lunes a viernes, entre dos y tres horas diarias. De cara al próximo curso, su intención pasa por continuar con todo. Porque, como subraya sin ningún tipo de duda, "no es lo que aprendes, sino la vida social que te da, todo el tiempo que estás con más gente, que si vas con los compañeros a tomar un café, otras veces salimos de excursión...".

Si en los 90 le tocaba estudiar por las noches, cuando llegaba a casa después de trabajar, ahora prima el disfrute. Para eso ha sumado 46 cotizados: empezó en la construcción y de ahí saltó a conductor de bus y ambulancia.

Mª Ángeles Merino, le encanta la historia del arte

"Me enteré de que podía hacer la ESO, lo intenté y a los 73 años lo conseguí"

María de los Ángeles Merino, Ange para su familia, es una de las fieles del Centro de Adultos Conde de Aranda. Recuerda que, hace al menos 14 años, fue su hija pequeña quien le apuntó al taller de informática. Reconoce que aprendió poco, pero no se desanimó. El curso siguiente acudió a otro relacionado con el medioambiente y después encadenó otros cuatro años en diversos talleres. "Empecé a pensar que esto a mí me daba vida", admite emocionada, porque únicamente tuvo la oportunidad de estudiar hasta los 14 años. También se matriculó en el curso de Cultura y después se enteró de que se podía hacer la ESO. "Lo intenté y a los 73 años lo conseguí", cuenta, muy agradecida a todos los profesores por la atención y la paciencia "infinita" que muestran con los alumnos. Admite que las asignaturas de genética e inglés le costaron "un poco más", pero al final sacó una buena media. Y eso que en el primer curso estuvo a punto de tirar la toalla por inglés. Ahora, satisfecha por el camino recorrido, lo valora como "un reto que me dio vida, más el orgullo de decir 'mira, 73 años, y he sacado la ESO'". Pero no sólo eso. Como ella misma indica, el mérito resulta aún mayor porque llevaba 56 años sin pisar la escuela y solamente el hecho de expresarse en los exámenes le resultaba una tarea un tanto complicada. En este sentido, recuerda que mientras se sacó este título llegaba a casa con ilusión y estudiaba por las noches.

Ahora, con 78 años, sigue apuntada en varios talleres ya sea de inglés, música o historia del arte, que le encanta: "Si me tocara todos los años, todos los años vendría".

Llegados a este punto, anima a jóvenes y no tan jóvenes a conocer el Conde de Aranda, que "sepan que aquí tienen un futuro, que mucha gente ha encontrado trabajo gracias a este centro" y que, tal como explica, "empezó a funcionar por una petición de Michelin para que quienes no tuvieran el graduado lo pudieran sacar". Y a los mayores, continúa Merino, "nos sirve mucho mejor que una residencia. A nuestra edad alguno terminaría con demencia y aquí estamos fenomenal". Por ello, reivindica que se potencien más estos centros "por la labor social que hacen".

Alberto González se está sacando el título de educación secundaria

"Trabajé en obras y es muy duro. Un amigo me animó a matricularme aquí"

Con 19 años recién cumplidos, Alberto González es, casi con total seguridad, el benjamín del Centro de Educación de Adultos Conde de Aranda. Cuenta que se ha matriculado para sacarse el título de Educación Secundaria Obligatoria y, así, optar a "un empleo digno". Según detalla, estuvo alrededor de cuatro meses trabajando en diversas obras y le resultó "muy duro". La parte relativa a la pintura "ni tan mal", pero todo lo relacionado con la retirada de escombros se le hizo "muy cuesta arriba". Cada día le parecía eterno. Fue entonces cuando uno de sus amigos le habló del centro de adultos y le animó a retomar los estudios, como él mismo había hecho hace un tiempo.

Según apunta, le transmitió un mensaje de optimismo y le convenció de que estaba a tiempo de estudiar y de encontrar mejores oportunidades laborales. Entre tanto, González se había sacado también el carné de conducir y se dio cuenta de que quizá no se le daba tan mal estudiar.

Así que recaló en el Conde de Aranda. La experiencia le está resultando totalmente distinta a los recuerdos que guarda de su paso por colegio e instituto. "Ni atendía en clase, ni sacaba buenas notas. Aquí sientes que los profesores te ayudan más y yo mismo tengo las ideas más claras, sé a lo que vengo y no vengo obligado", admite al respecto. A ello se suma que apenas son cinco alumnos en clase, por lo que la educación no podría ser más personalizada. No obstante, González reconoce que el principio fue difícil. "Me quería ir, pero después, al esforzarme, vi que no era tan complicado y ya he cogido la rutina de estudio". De hecho, en los días festivos asegura que no sabe muy bien qué hacer con tanto tiempo. Así las cosas, el joven se muestra "bastante contento" y con ganas de continuar.