Diario de Burgos

El mejor amigo de la reinserción

FERNÁN LABAJO / Burgos
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Unos veinte internos de la prisión de Burgos, la mayoría con problemas de adicción y de salud mental, participan en un programa de sociabilización con perros

Ricardo acompaña a Basti por el patio de la prisión. - Foto: Valdivielso

En la cárcel es demasiado fácil perder la noción del tiempo. Mucho más si el reloj del patio lleva décadas parado, como ocurría hasta hace poco en la de Burgos. Sin embargo, algunos internos del penal tienen marcados en rojo los viernes. Hacen guardia en la puerta de Enfermería y esperan pacientemente a que llegue Pablo González, de la asociación canina Gonarcan. «No me quieren a mí, quieren a los peros», aclara éste entre risas. Desde hace más de seis años, colabora con el centro en la terapia con animales. Un programa que busca la reinserción de los penados y mejorar su sociabilidad. 

Atravesar los 50 metros desde la puerta de entrada del patio hasta el módulo de Enfermería lleva a Pablo varios minutos. Sobre todo si Basti le acompaña. Varios internos se arremolinan cuando emerge la figura de este perro mestizo que, como ellos, no ha tenido una vida fácil. Le hacen carantoñas, preguntan por él. «Supongo que es un momento de desconexión con su realidad y contacto con el exterior», entiende el responsable de Gonarcan. Y si ese momento fugaz saca de su burbuja a cualquier preso, no es difícil imaginar lo que supone para los que participan en el programa de Terapia Asistida con Animales (TACA). 

Esta actividad se enmarca dentro de la Unidad Terapéutica del centro, que comenzó a funcionar en Burgos en el año 2017. Es un espacio dentro de la prisión donde se trabajan las adicciones, principalmente a las drogas. Según explica Sara Martín, coordinadora de trabajo social del centro, «la entrada es voluntaria y se desarrollan actividades para mejorar la convivencia y prepararles en las relaciones sociales para cuando salgan».  El programa con animales, añade, ayuda a los presos a tener una mayor responsabilidad y también a «desaprender algunos hábitos adquiridos».

Son los equipos de tratamiento de la cárcel los que hacen un estudio y determinan si un interno concreto puede participar en este proyecto o si le puede venir bien de cara a su reinserción. «Hay muchas personas con problemas de salud mental e incluso con una discapacidad reconocida de más del 60%. También de adicciones que están ya en una fase avanzada de desintoxicación. Analizamos cada situación y, si lo consideramos oportuno y cumplen los requisitos, les incluimos dentro del programa», puntualiza la psicóloga de la penitenciaría, Natalia Roncal. 

Y en este punto es donde entra Pablo y su asociación. «Nosotros gestionamos emociones para trabajar conductas de personas con ciertos trastornos. El perro sirve mucho de contención porque te obliga a socializar, a tener unas pautas y rutinas», opina. En cierta manera, el animal también sana sus heridas, pues muchos han sufrido abandono. Es el caso de Basti, que ahora corretea por los patios de la prisión como si de su propia casa se tratase. 

«Ha cambiado muchísimo. Al principio era un perro desconfiado. Estuvo abandonado en unas naves. Poco a poco ha ganado confianza y en eso los participantes del programa han tenido mucha culpa. En cosa de tres o cuatro meses es otro», reconoce González. 

Dos internos, Cándido y Ricardo lo abrazan y lo pasean como si Basti fuera suyo desde hace años. Este último incluso se atreve a preguntar por la adopción, pues en septiembre saldrá en libertad tras cumplir su condena por violencia de género. Un delito del que no oculta estar avergonzado. «Antes era un macarra. No tiene justificación lo que hice, mucho menos el que fuera drogado o borracho. Son conductas injustificables», insiste. 

Para él, la terapia con perros ha sido todo un reto. «Me ha cambiado la manera de ser. Mi madre dice que soy otro. Mi objetivo era resetear emocionalmente y creo que lo he conseguido», cuenta ante el asentimiento de los profesionales que han tratado con él en los últimos meses. Basti, además, le ha ayudado a recuperarse de un ictus que sufrió hace relativamente poco. 

El animal olfatea el suelo del patio de Enfermería y Cándido le observa sonriente. Este condenado por tráfico de estupefacientes lleva toda la vida en compañía de perros y ver uno dentro de la prisión le resulta purificador. «Aquí muchos estamos demasiado dispersos mentalmente. Tratar con ellos es increíble porque yo he tenido épocas en las que me he imaginado acariciar a los míos. Siempre he dicho que nosotros les robamos el cariño»,   recalca. 

Los dos internos avalan también las enseñanzas de Pablo González en sus visitas de los viernes. «Nos abre los ojos a la hora de socializar entre nosotros», dicen. Éste, por su parte, insiste en descargar casi todo el mérito en los perros. «Creo que tenerles cerca les ayuda a abrir los ojos. Algunos los han utilizado en su vida para competir en peleas ilegales donde se mueven apuestas o incluso para transportar droga. Cuando tratan con ellos, se dan cuenta de lo mal que lo han hecho», subraya. 

Como Cándido, muchos otros echan de menos a sus mascotas y quieren mantener el contacto con ellas desde la prisión. Interior no es ajeno a esta situación y se ha planteado la posibilidad de que los perros puedan visitar a sus dueños como cualquier otra persona. De momento, la idea está sobre la mesa, pero no se ha tomado ninguna decisión. 

Por lo pronto, los participantes del programa TACA sí pueden hacer salidas programadas para estar en contacto con la naturaleza y los animales. La última fue hace un mes en Carcedo. «Cosas cotidianas, como puede ser un simple paseo por el campo, para ellos son sanadoras», concluye Sara Martín.