Diario de Burgos

De la niebla a la nada

R. PÉREZ BARREDO / La Sía
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Ya era pasto del olvido, refugio de ganado, lienzo de grafiteros y enclave de amantes del misterio desde hace años. Pero pronto la fantasmagórica base militar de Picón Blanco será sólo un recuerdo en la memoria del valle

De la niebla a la nada - Foto: Patricia González

Emergen entre la niebla, en un silencio mineral que sólo rompe el golpeteo pertinaz de la lluvia en las precarias techumbres de dos aguas, tan extrañas que remiten a latitudes más norteñas. Los fantasmales edificios se van perfilando a la vez que exhiben sus fauces ominosas: puertas y ventanales abiertos al aire que aúlla entre ellos como si conspirara con las sombras. En lo más alto de Picón Blanco, en el puerto de La Sía, la vieja base militar construida casi en secreto en los años 70 es un monumento al olvido y a la desolación que tiene los días contados: pronto este abandonado enclave castrense por el que hoy se solaza el ganado y que nunca ha dejado de ser visitado por montañeros, senderistas, aventureros, domingueros, grafiteros y amantes del misterio, desaparecerá de la cima de la montaña. Los tres grandes cuarteles y una cuarta construcción que servía como cochera y taller son meros esqueletos, edificaciones desventradas, devoradas por la humedad y el frío. 

Cada muro, cada estancia desde hace años alfombrada por los excrementos del ganado que suele refugiarse allí, atesora la memoria de los crudísimos inviernos, la huella de la nieve y el hielo. Y la soledad. Al cabo, lo que aún permanece en pie de esta vetusta base militar es un milagro: pocos lugares hay en la provincia de Burgos tan expuestos a rigores climatológicos radicales, en el límite. Allí, en Picón Blanco, los veranos son una anécdota. Casi siempre gobiernan, con despótica tiranía, el viento y el frío. Sin embargo, es un lugar magnético al que la niebla, que difumina cada contorno, contribuye a dar una pátina tenebrosa, como si ese conglomerado de hormigón encerrase algún oscuro secreto o estuviese poseído por algún raro encantamiento.

La de Picón Blanco fue una de las quince estaciones de repetidores de dispersión troposférica y de microondas que fueron construidas en distintos puntos del país para tejer la RTM (Red Territorial de Mando); no era sino un entramado de comunicaciones militar independiente de la red civil que quedó obsoleto con la llegada de los satélites. El Centro de Transmisiones Táctico de Picón Blanco, conocido en argot militar como CT-9, está ubicado a 1.529 metros de altitud. La base fue abandonada a finales de los años 90, quedando sus cuatro grandes edificios, que se hallan conectados entre sí bajo tierra mediante túneles que permitía circular a sus moradores durante las épocas de las grandes nevadas, que llegaban a alcanzar en el exterior hasta los quince metros de nieve, expuestos al expolio y al vandalismo. El interior de cada una de las construcciones está conquistado por la humedad, las pintadas, la mierda y los escombros: todo está hecho añicos, como si un terremoto o un bombardeo hubiese devastado todo, respetando exclusivamente la armadura de hormigón. Cables sueltos y restos de tuberías languidecen entre los restos de pizarra de los tejados; hay arquetas entreabiertas que muestran los sótanos conectados de las construcciones; por las escaleras que llevan a ese subsuelo da la impresión de que hace años que no baja nadie porque sería un acto de riesgo, tal es el estado de ruina en que se encuentra la osamenta de hormigón de la base militar. Ese, el peligro que encierra cada edificio para los más audaces o los imprudentes, es uno de los principales motivos por los que será derruida.

Aunque también se encuentran vestigios y rastros de visitas más recientes -latas, botellas, bolsas de snacks, paquetes de tabaco- quienes más frecuentan este fantasmagórico complejo son los animales, especialmente las vacas y los caballos, que encuentran entre los gruesos muros grises lo más parecido a un establo. Allí se refugian durante todo el año, como lo atestiguan los montones de boñigas que impiden ver de qué color era el suelo. Escoltan el complejo castrense varias garitas de vigilancia que se asoman a los imponentes paisajes que ofrecen los valles que se extienden abajo, y que oculta con obstinación la niebla.También quedan parapetos, como construidos para una guerra que no fue: no en vano estas bases se levantaron en plena Guerra Fría, cuando la amenaza nuclear sobrevolaba el mundo. De haberse registrado algún incidente de este tipo, las comunicaciones por microondas no se hubieran visto afectadas por la radiación; más al contrario, su velocidad de transmisión hubiese sido mejor con una atmósfera contaminada, según los expertos.

Tras su desmantelamiento, que incluyó la retirada de las torres y las antenas de comunicación, la base militar se precipitó al olvido y a la ruina. Otro emplazamiento relativamente cercano y más estratégico para los intereses militares, Picón del Fraile, sustituyó al de Picón Blanco. Allí se erigió la base militar encargada del control aéreo denominada EVA-12. Dentro de poco, este viejo complejo militar desaparecerá para siempre. Y la nieve y la niebla volverán a campar a sus anchas sobre los verdes prados. Ya no tendrán nada que engullir, nada que evoque un cuento de fantasmas en una cruda noche de invierno.