Diario de Burgos
Ilia Galán

LA OTRA MIRADA

Ilia Galán

Poeta y filósofo


Nos y el rey

02/06/2024

Esperaba Su Majestad la visita de aquellos recién llegados, pero cuando se acercaban, en vez de saludarle, pasaban de largo. Durante milenios, siglos, ante el esplendor real se arrodillaban humildemente, incluso con una reverencia que al suelo llevaba sus cabezas, sin atreverse a levantar los ojos antes de una orden, que era un gran privilegio. Embajadores importantes consideraban como regalo el estar allí ante la real presencia postrados, tal vez portando ellos como presente costosos obsequios.
En cambio, aquí ni caso, como si no existiese. Pasaban mirando las riquezas de las columnas, las estatuas, las pinturas de aquel espléndido palacio, uno de los muchos que estaban a su disposición, bajo su nombre consagrados. Su inmenso poder podría hacer temblar a los más alejados enemigos, escondidos en vano, tal vez en lugares recónditos. Aquellos visitantes, numerosísimos, pues eran tantos, admirados por el esplendor del fasto, parecían dar la espalda, ignorando la real presencia, haciéndose fotos como si no estuviera allí, observándolos, con su absorta corte, callada, mientras ellos ofrecían el trasero para lograr la postura que más les favoreciese en la imagen que luego enseñarían a sus amigos y parientes.
Cierto que no le veían. Presente, era invisible ante sus mentes. Entonces me acerqué y caí de rodillas ante su callado amor, a quien en el primer siglo gobernadores ínfimos, reyenzuelos, ridículos mortales, habían encarcelado y azotado, torturado y matado. Indiferentes, incluso groseras, las masas de turistas pasaban. Pero Su Majestad era la propia bondad y comprendía su atolondramiento, nuestros yerros, sin mandar que probasen encendidos los hierros o empalarlos y degollarlos, como hubieran hecho otros, sátrapas, con o sin turbante, por mucho menos que esto. Escondido bajo la forma de pan, escuchaba, esperaba.
Oré a ese Jesús que habitó en Nazaret y había hecho tantos milagros, aquel Señor de cielos y tierra que en la fiesta del Corpus se celebra y que la fe ve, sin ver. Me conmovía su paz y humildad, ante la presuntuosidad de tantos pequeños que se sienten importantes y grandes, un instante en la historia del universo, insignificantes... Estaba en la catedral de Siena, la que hizo llorar a Wagner extasiado ante tanta belleza. Los obispos recaudaban, descuidados ante la general increencia, atolondramiento del cristianismo de nuestros tiempos. Perseveré, miré a mi interior, y se hizo la luz. Tiempos los nuestros donde la fe católica pareciera haber muerto en tantos, aunque en Asia o África se expanda, crezca, a veces entre persecuciones y martirios. Al menos queda el rastro de esa belleza, de esos símbolos que nos legaron en pasados tiempos, copiosas ideas que nos animan a amar pese a todo, a esperar y ayudar a los demás en el camino hacia la felicidad. La festividad del Corpus Christi perdura, frente al desierto del alma, frente al mercadeo de los cuerpos.

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