Diario de Burgos
Jesús de la Gándara

La columnita

Jesús de la Gándara


Palabras y urnas

27/05/2024

Las palabras y las urnas son dos vitaminas esenciales de las democracias. Las palabras son seres vivos, que a veces nos hacen felices y otras nos hacen sufrir, que igual abren heridas que cicatrizan las viejas. Las urnas son cajas inertes, que igual acogen desechos que cenizas, que albergan reliquias nostálgicas o esconden secretos fanáticos. Los dueños de las palabras son las personas, también sus responsables; los de las urnas, ¿quién sabe?, los que se arrogan esa potestad tienen la arrogancia de usarlas sin respeto por las palabras que las justifican. 

Llevamos meses, años, asistiendo atónitos al espectáculo de la conversión de sagradas palabras en palabrería insalubre; de las solemnes urnas votivas en arcas pancistas. La inmensa mayoría asiste silenciosa a los excesos verbales de políticos nacionales e internacionales y a la escandalera resonante de los voceros deslenguados. Los discursos están llenos de palabras puntiagudas y adjetivos altisonantes. Sólo de vez en cuando, entre la escandalera y sus ecos, se escuchan pequeñas palabras mesuradas, y entre las arcas panzudas se ven urnas abnegadas, sencillas; las palabras sensatas las usamos para conciliar razones, las urnas humildes para reunir voluntades. Pero ahora, lo que cunde es lo contrario. Las urnas son usadas como arcas de santificación de las palabrerías abyectas, como si fueran custodias de la fuerza democrática, cuando, a nada que nos fijemos en los datos, la inmensa mayoría de esta virtud no pasa por ellas. 

Pero, qué podemos hacer los que votamos -y los que no votamos- para cambiar ese estado de inmundicia pública. Poco podemos, desafortunadamente, porque los que tienen el mando del micrófono son los que agitan el mundo, y, sin embargo, los que realmente mueven el mundo son silenciosos. Asimismo, los que tienen las urnas no tienen las llaves, y los que las tienen no se las dejan a nadie, a lo sumo se las traspasan entre ellos, y al final nadie sabe quién las custodia para que uso sea el correcto. 

Son malos tiempos para las palabras sagradas y las urnas votivas. Pero lo peor de todo, es que esta columna, prácticamente la misma con pequeñas modificaciones, la escribí en 2003, hace más de veinte años, y aquí seguimos, con las mismas urnas, pero bastante más viejas, y las mismas palabrerías, pero bastante más mugrientas.